No me acuerdo nunca antes en la historia moderna del país que se haya llegado a la situación en la cual los ecuatorianos contemos los días para que un Gobierno termine su periodo. Casi como cuando los presos cuentan los días para recuperar su libertad.
Pero no es simplemente por el 72% de la población que desaprueba su gestión, según la última encuesta de marzo, sino por el desagradable ambiente que ha generado el Gobierno en la ciudadanía e instituciones del país.
La situación actual no es la de un Gobierno normal y democrático, que está terminado su periodo y que se apresta a entregar voluntariamente el poder.
La situación actual se asemeja más a un Gobierno aferrado al poder que no quiere entregarlo a sus archienemigos, o sea a nosotros, a los ciudadanos comunes y corrientes que no le pusimos precio a nuestra libertad y democracia. Que no aprobamos una ideología abusiva y prepotente que se apropió de todos los poderes del Estado y que ha gozado de total impunidad.
Pero que igual nos tocara soportar un año más las odiosas sabatinas llenas de burlas y groserías. Un año más en el cual el Gobierno seguirá intentando imponernos más impuestos para cubrir sus fastuosos gastos.
Nuevos conflictos con diversos sectores y el discurso del Presidente manifestando que ellos han sido unos angelitos y que en este Gobierno todo ha sido pulcro y transparente.
Tortura, martirio, calvario.
Llámenlo como quieran, pero eso va a ser este último año de un gobierno que prefirió enemistarse con sus mandantes antes que dialogar y llevar una relación pacífica y en buenos términos.