La religión como instinto

La moralidad, aquel sentido de normativas que deben cumplirse en comunidad, es parte del repertorio de comportamientos que compartimos todos los primates. Esa moralidad intuitiva, la capacidad de canalizar emociones complejas, la tendencia a asignar propósito a objetos inanimados o circunstancias fortuitas y sociedades cada vez más numerosas, son todas, según antropólogos como David Dunbar, condiciones que eventualmente facilitaron la institucionalización de las teologías modernas. Es decir, la religión, en cualquiera de sus formas, es parte intrínseca de la naturaleza humana. La inteligencia es la capacidad de solucionar problemas de forma racional, ser intelectualmente curioso y considerar posibilidades por fuera de lo que es instintivamente permisible. Este es el concepto de Edward Dutton y Dimitri van der Linden, en su trabajo del 2017, en la revista “Evolutionary Psychological Science”, para explicar la asociación significativa y negativa entre inteligencia y religiosidad. Esta relación inversa ha sido expuesta en trabajos anteriores, como los de Zuckerman y otros autores en el 2013, en la revista “Personality and Social Psychology Review”, tras sintetizar la evidencia de 68 estudios. Pero, quizás, una persona más inteligente no sea necesariamente condición antitética de religiosidad; más bien, la opción para formas más esenciales de esa condición humana de ser en sociedad, que definimos como espiritualidad.  

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