El incremento del Bono de Desarrollo Humano a USD 50 es el primer anzuelo que los candidatos nos lanzan. El candidato banquero, el primero que nos lo ofreció, dice que lo financiará con los dineros que hoy se destinan a propaganda oficial. Preferiría que ese dinero lo destine a dar muy buena educación y salud a los pobres. Acto seguido, saltó al ruedo el candidato presidente con el consabido “yo también” y nos propone financiarlo con las utilidades de la banca privada. Y así seguirán saltando como canguil más candidatos ofreciéndonos incrementar incluso más el tan codiciado Bono de Desarrollo Humano que lo único que no hace es brindar desarrollo, pues la base de beneficiarios en lugar de reducirse se sigue incrementando, así como el monto del bono.
En 1998 eran 1 060 416 los beneficiarios, hoy son 1 912 240. El novelero electorado ecuatoriano solo se fija en el monto ofrecido y no reflexiona sobre el hecho de que estas ayudas de “arriba hacia abajo” están condenadas al fracaso a la hora de combatir la pobreza. Para un electorado clientelar y adicto al populismo, esta propuesta es música para sus oídos. Pero esos bonos no son más que dádivas con las que los Estados ineficientes para crear riqueza tranquilizan sus conciencias frente a los pobres y de paso ganan adeptos en tiempos de campaña. Ciertamente, el Estado debe ayudar a aquellos pobres que no pueden ayudarse a sí mismos. Sin embargo, si esa ayuda se hace permanente y cobija cada vez a más beneficiarios con montos cada vez más altos, las personas se vuelven dependientes, inútiles y presas fáciles de la oferta populista y de la corrupción. ¿Suena conocido? Al final del día las personas hipotecaran por unas monedas su libertad de elegir y sus capacidades para surgir y exigir del Estado las condiciones para hacerlo dignamente.