Cuando brotó humo blanco en la plaza de San Pedro del Vaticano, fue el anuncio de la elección del Papa número 266 y el primer Pontífice latinoamericano. Gran regocijo para la comunidad católica de este continente y mucho más para nosotros los ecuatorianos, que un miembro de la comunidad Jesuita que tiene gran presencian en nuestra historia, sea el pastor mayor de los más de mil millones de feligreses.
Jorge Mario Bergoglio, desde hoy Francisco, argentino, hijo de emigrantes italianos, que ha vivido saboreando la necesidad, ajeno a la ostentación y practicando la humildad. No constituye una sorpresa su designación pues, en la elección de Benedicto XVI hace ocho años, ya tuvo el respaldo de 40 de los 77 votos necesarios para ser el obispo de Roma. Se dice que para su elección se valoró tanto su capacidad intelectual, cuanto la modestia con la que llevó su vida, a tal punto que cuando fue designado Cardenal, usó el atuendo de su antecesor.
El papa Francisco, de hecho no descuidará a su América de Sur, convulsionada como nunca, amenazada por el narcotráfico, el sicariato, la delincuencia común y la pobreza. Nunca más oportuno que hoy, que el principal guía espiritual del mundo sea la fuente de inspiración para los gobernantes de América de Sur, que cada día fisuran más la democracia, ejercen poder con prepotencia. Al fin de cuentas, el sistema democrático es el que más cerca está de los preceptos de la religión católica.