En el caso específico del Ecuador, entre otros aspectos, se ha podido apreciar lo frágil que es el país para enfrentar contingencias de diversa índole, y esa debilidad tiene algunos nombres: gobernantes, políticas públicas, corrupción, pobreza, desigualdad y cierra el círculo el pueblo en general que es el que elige a sus gobernantes, quienes en uso y abuso de su poder, emiten políticas públicas en beneficio de sus propios intereses y no de las mayorías, lo que genera pobreza y desigualdad.
El índice de pobreza multidimensional reportado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, INEC, para el año 2019 es de 34,2 por ciento. Si la población es de 17’300.000, los pobres serian cerca de 6’000.000 de habitantes; también el Ecuador está ubicado en el ranking de los países con altos niveles de desigualdad en el mundo.
Esta triste realidad se evidenció en estos días a través los diversos medios de comunicación y se pudo observar como el pueblo, ante las medidas de restricción de la movilidad “toque de queda”, para controlar la pandemia, tuvo una inesperada resistencia, más allá de justificar o no su conducta, el argumento fue contundente, si no sale a trabajar, no tiene para sus alimentos.
Esperemos que esta pandemia sirva para que se tome conciencia de lo importante que es tener un país previsivo y solvente, con suficientes reservas para enfrentar adecuadamente los momentos de crisis.
Debemos pensar que el país necesita incentivar la producción para generar abundantes fuentes de empleo, motivar y dar seguridad jurídica tanto a la inversión nacional como a la inversión extranjera, promover las exportaciones, ser más ágiles en los tramites, revisar la legislación tributaria y laboral, eliminar el subsidio a los combustibles que solo benefician a mafias de contrabandistas.