Tras el lamentable y trágico fallecimiento de tres jóvenes bomberos en el cumplimiento de su deber, se impone una prolija investigación que determine responsabilidades y, sobre todo, prevenga futuros sucesos similares. Primeramente, debe aclararse por qué a jóvenes, casi adolescentes, en período de formación (porque eso es el cadete) se los arroja –literalmente- a las llamas y luego se argumenta que estaban debidamente calificados. Debe revisarse si el Cuerpo de Bomberos tiene una Escuela de Formación de Oficiales, si la institución tiene normativa, políticas definidas y aprobadas en lo concerniente al reclutamiento, selección, formación, capacitación, evaluación, desarrollo de la carrera y demás aspectos propios de la administración del recurso humano, principio y fin de todas las actividades. Solo así se puede determinar categóricamente que un joven de 19 años, con ocho meses de preparación, está o no en condiciones de asumir semejantes riesgos, y no contentarnos con que en otros países se forman bomberos en dos meses. El término “cadete” es propio para quienes se encuentran en período de formación, por lo que es un contrasentido decir que sí tenían la preparación suficiente.
Los familiares, la sociedad, quienes aspiran a optar por tan noble y riesgosa carrera profesional, necesitan que se absuelvan estas interrogantes. No se debe soslayar una profesión eminentemente humanitaria, con alta exigencia de conocimientos, destrezas, técnicas y condiciones físicas de alta competencia para enfrentar situaciones de extremo peligro, que es el escenario natural de los miembros de la casaca roja, como la ciudadanía los conoce cariñosamente.