Quien no anhela dejar a la prole un recuerdo grato y halagüeño, capaz de que los hijos y los nietos lleven en su corazón la certeza de que una decadencia o desaparición llamada también ocaso, tenga la energía de provocar a un dedo que apunte un retrato donde está un viejo inspirando respeto y a una boca que en vez de maldecir pronuncie: ¨¡quien como él!, nos dejó la honradez y el buen nombre como el mejor legado, muchas gracias. ¿Podrán esperar esto los dos ex primeros ciudadanos de la República, el uno ya condenado y el otro esperando un olvido piadoso? ¿Tendrán el valor suficiente para entrar frescos a una reunión de familia o amigos arriesgando que alguno haga una mueca y otro simplemente se vaya? ¡O no se atreverán!, he ahí el dilema. El mundo se preocupa y el deshonor contagia y mancha al resto; el ciudadano reacciona iracundo o simplemente inclina la cabeza. Es tal la avalancha de escándalos y el número de pícaros sueltos, que aparece imposible encontrarlos y castigarlos. Pensar que devuelvan la plata es una quimera.