El árbol de Navidad tiene su origen en la celebración de las festividades paganas de la luz de los países nórdico/germánicos. Luces, colores, frío invernal: es el tiempo de la Navidad. Fiesta evocadora de intimidades hogareñas.
En el solsticio de invierno el mundo occidental celebra el nacimiento de Jesús de acuerdo a la tradición católica de la que hablan los evangelios. El árbol, símbolo de la evolución vital y de la ascensión del Señor al cielo, es objeto imperecedero de predilección. Pinos, cipreses y abetos –según la región- son adornados e iluminados profusamente. Coronas de muérdago y acebo, invaden puertas y ventanas de las casas y rincones de los templos; asemejando una alfombra verde, el musgo sirve de fondo a la recreación del humilde pesebre de Belén.
En épocas -de contemplación de la naturaleza- las festividades paganas de la luz en algunos países el árbol fue el núcleo de la celebración. Mientras más al norte se vaya, el árbol era más resplandeciente; contrarrestando la efímera claridad diurna. El catolicismo toma -desde un principio- esta tradición para conmemorar la natividad de Jesús. Dios es la luz y el árbol es la vida en continua regeneración. Estos dos simbolismos unidos producen uno de los mayores sincretismos religiosos. El muérdago utilizado por los druidas/celtas para ritos de la fertilidad, mantiene su categoría semiológica a través de la historia de la humanidad; en Inglaterra, es la restauración de la familia y de la unión entre los pueblos.
En Ecuador (Quito), las tradiciones hispanas coparon exclusivamente el ideario colonial y decimonónico de la natividad de Jesús, siendo el arreglo de belenes con musgo, bromelias /guaycundos, otras plantas nativas que se dan en el bosque montano alto (muy cerca del pajonal) la orla exuberante del grupo sagrado en el portal de Belén: imágenes de María, del Niño Dios, de san José y de esculturas de variada índole – en madera tallada y policromada- como son las de los tres reyes magos, del coro angélico y de multitud de pastores que se incluyen en la comparsa que va a adorar al Niño, ostentan una amalgama del vestuario de cada región (costumbrismo). Esta ornamentación religiosa popular fue acrecentada -tal vez en demasía si se quiere- con la inclusión de árboles profusamente decorados con bombillos y luces de colores, árboles cuyo origen gentil se compaginó maravillosamente con los pesebres de tipo piadoso/católico.