Mis penas por la Iglesia Católica, de mis ojos brotan gruesas, como de las velas de los templos, lágrimas que derriten al alma. Mis penas son hondas y dolientes, consumen la paz y roban el sueño; son cual espinas clavadas en la frente que hacen sangrar fuerte. Mis penas tienen hoy mucho fundamento, porque espeluzna y espanta a la razón y al sentimiento, los lamentables casos de sacerdotes a quienes por un instante o tiempo se les mete el diablo para sedarlos y manejar sus impulsos.
Mis penas en lágrimas expresadas, sean semillas y ofrenda que a Dios lleguen para renovar su Iglesia. Mis penas dolientes sean esperanza y alivio mientras evidenciar se pueda que autoridades de la Iglesia y de religiosas órdenes se paren firmes ante lamentables y escandalosos casos. Mis penas sean cual oración sufriente, que por la dolorosa vía hasta el Calvario suban, a implorar a Dios purifique su Iglesia. Mis penas sean semilla y ofrenda; esperanza y alivio en la tempestad y tormenta; luz y calma sobre el mar agitado en que la barca de la Iglesia Católica hoy navega. Mis penas son las mismas que las de millones de fieles, que a Jesucristo de rodillas imploramos detenga la tormenta; proteja y sane los corazones de sus siervos que firmemente en Él creemos y esperamos, para tener siempre “sacerdotes santos”.