El último tramo de la vida puede iniciarse con una breve enfermedad; sin embargo, si cobra importancia, el cuerpo que aloja al espíritu iniciará la batalla final. La tenacidad, la fortaleza, la energía, el ánimo, la voluntad, el equilibrio pondrán en juego todas sus cartas. Si a esa amalgama de cuerpo y espíritu le proporcionamos un nombre, la relacionamos con el entorno, le agregamos el amor maternal, la entrega incondicional y permanente, tendremos un fuego de vida que podríamos pensar inextinguible; sin embargo, de pronto, llega un día en que todo lo que estaba… ya no está… y el cuerpo se deteriora: el templo que guardaba el tesoro de la vida abre su coraza y deja escapar al espíritu. Y aquel ser al que llamábamos madre, deja el legado de su fortaleza para quienes cuidaban su cuerpo, pero amaban su espíritu. El término orfandad no llega a las sandalias del vacío que se abre, la memoria se llena de prismas luminosos, los recuerdos se multiplican y se vuelven trascendentes.