“Genio y figura hasta la sepultura”, reza un antiguo adagio español. De allí que no llama la atención que el caudillo, con ocasión del terremoto que sufrió la Costa ecuatoriana el pasado 16 de abril, haya perdido la mejor oportunidad de convertirse en un verdadero estadista, dejando de lado la descalificación e intemperancia, características de los casi 10 años que lleva en el poder.
En lugar de llamar a todos los ecuatorianos a la unidad y a cooperar en la atención a los damnificados y luego en la reconstrucción de las zonas destruidas, ha continuado con su estilo descalificador, divisionista y pendenciero. Sigue como si nada hubiera pasado en Manabí, en el sur de Esmeraldas y en otras poblaciones del Litoral.
La realidad es distinta. La sociedad civil, tan denostada por el poder, inclusive en la intervención en Roma la víspera del sismo, ha sido el motor de la atención a las necesidades inmediatas de los damnificados, superando de largo a la burocracia desorientada y asustada, incapaz de actuar hasta que su jefe aterrizó en Manta.
A propósito: ¿entiende el Vaticano lo que ocurre en Ecuador? ¿Sabe de la profunda crisis económica en la que ha colocado al país la política de derroche de los fondos públicos? ¿Conoce de las serias limitaciones a las libertades que afectan a los ciudadanos ecuatorianos por cuenta de un régimen que pretende imponer la única verdad del poder?
Y súmese que la dócil Asamblea – más conocida como secretaría legislativa de la Presidencia- aprueba nuevos impuestos, adicionales a los de abril, a título de reconstrucción de las zonas afectadas, que agravarán la contracción de la economía y están llevando a la desesperación a los ciudadanos y empresas, que ya no resisten la exacción impositiva, y cuyo efecto final será el recorte de los puestos de trabajo.