Fue muy placentero verla nuevamente, pero me sorprendió que la tengan haciendo equilibrio en un cúmulo de piedras, aunque sea solo por dos semanas. Esta magnífica escultura se merece un sitio destacado con un adecuado pedestal, donde se la pueda admirar tal como es. Imponente y elegante, no itinerante. Es un bello obsequio de Francia a la ciudad de Quito.
Por fortuna, las artes no perecen, se mantienen vivas por encima de las transformaciones, del menoscabo, del abandono; sobreviven a los gobiernos, a las sociedades y a las civilizaciones.