En el 2009, Fawziya Youssef, de 12 años de edad, murió en Yemen después de tres días de agonía luchando en un parto que nunca debió haberse dado, excepto bajo el manto enloquecedor de las tradiciones religiosas. Recientemente, una mujer cuyo embarazo y enfermedad ponían en peligro su vida en El Salvador, bajo el nombre protector de “Beatriz”, fue sometida al absurdo indigno de gestar una hija sin cerebro y que agonizó por horas después de haber sido sometida a cesárea.
Esto solo fue posible gracias a leyes sostenidas bajo preceptos religiosos. ¿En estos y otros casos, no es más humano y racional entender que nuestra existencia se debe a una serie de propiedades que no es lógico equipararlas a la de un cúmulo de células sin sistema nervioso y por ende sin capacidad de sentir y pensar? El aborto puede ser una opción moralmente válida durante las fases tempranas de desarrollo, cuando el embrión difícilmente puede llamarse humano y toda mujer debería poder tener acceso a esta opción.