El presidente, en el enlace sabatino realizado desde Nueva York, relató a los asistentes, incluida la nutrida comitiva de burócratas que le acompañó a los EE.UU., cómo logró que los médicos de los hospitales públicos trabajen ocho horas, en lugar de cuatro, con un incremento salarial que iría del 70% al 80% e insistió que el Gobierno “salió ganando” al no tener que pagar el 100% (Lo que recibiría cualquier trabajador al que le duplican la jornada laboral). Por lo visto sus fieles colaboradores no le han informado que la supuesta compensación salarial no supera ni el 30%, al especialista de mayor calificación. Tampoco le han comentado que en el sector público hay muchos médicos que siempre trabajaron seis y ocho horas, dependiendo de sus funciones y el sitio de trabajo. Las salas de los hospitales no son oficinas ministeriales, donde parece que hay tiempo para todo, incluso para acompañar al presidente en sus viajes. Aquí hablamos de atención a enfermos, a personas que sufren y claman inútilmente por una camilla para recostarse, en medio de servicios colapsados, cuya limitada oferta ya fue sobrepasada por la demanda, hace más de 20 años, con una infraestructura hospitalaria que, pese a la propaganda oficial, casi no ha cambiado. Si a esto añadimos que la orden presidencial no discrimina servicios como emergencia, terapia intensiva, salas de partos, quirófanos, salas de neonatología, etc., donde las condiciones propias de ese trabajo exigen horarios especiales, podemos concluir que enfrentamos un estado de precariedad y explotación laboral, por lo que deberíamos elevar reclamo ante la Organización Internacional del Trabajo.