Desde hace tiempo he sido un admirador de la cultura japonesa, me quedé atrapado en esta admiración gracias a varios factores, uno de ellos es el premio Nobel de literatura, Yasunari Kawabata, por la profundidad del conocimiento de la psicología humana que se traduce en la claridad de cada uno de los personajes de su obra. A pesar de que lo he leído solo en traducción, se siente que no sobran ni faltan palabras, que están las justas, que sus novelas son como un florero de ikebana, en el cual, cada uno de los componentes están en el sitio adecuado y la combinación de colores y texturas es perfecta.
He admirado y he tratado de aprender algo de la filosofía zen, como un ejercicio intelectual que lleva a la búsqueda de la armonía entre cuerpo y mente.
Había visto por televisión, a raíz del terremoto y tsunami en Kobe, la capacidad de enfrentar la desgracia con un nivel de dignidad y entereza que producía admiración. Luego de visitar Hiroshima admiro, aún más, la capacidad de este pueblo para sobreponerse y, como ave fénix levantarse de sus cenizas y volar alto nuevamente.
Con motivo del Congreso Mundial de Psiquiatría, asistí a Kyoto y vengo con una envidia que no me cabe en el cuerpo. Para empezar, todo es limpio. En el metro, utilizado por miles de personas, lo primero que llama la atención es que los asientos son de tela y están pulcramente mantenidos, no hay rayones, no hay manchas, los pisos de cada uno de los vagones están limpios, aun a la noche luego de que miles de personas han ocupando ese servicio. Las calles y las aceras no tienen un solo papel tirado, peor cáscaras de plátano naranjas u otra frutas. Los dueños de perros, al pasearlos, llevan consigo bolsitas especiales para recoger los excrementos de sus mascotas.
No encontré un solo mendigo en las calles, ni un solo vendedor de souvenirs que fuera insistente, aun en sitios de alta concurrencia de turista. Los dependientes, meseros, botones de hotel no esperan propinas, casi diría que se sienten ofendidos cuando se les ofrece. Los taxis son inmaculados, los asientos cubiertos con encaje blanco, tan blanco como los guantes del chofer que lo maneja.
¿Qué me dio envidia en Japón? Solamente: la disciplina, la puntualidad, el orden, la limpieza, la cortesía, la estética, la etiqueta, el respeto, el buen gusto, y encima de todo que son flacos. Perdón, debería decir delgados, saludablemente delgados. La mayoría de la gente que se ve en la calle, en el trasporte público, en los centros comerciales es delgada. Probablemente eso se debe al tipo de alimentación, pero asumo que también viene de la disciplina, esto lo digo porque, si uno va a un bufé observa que los japoneses se sirven solo lo que van a comer, no dejan nada, pero se sirven poco, lo justo.