Un derroche de magnanimidad y respeto hacia el adversario es lo que se vio tras el triunfo de Obama en las elecciones, no como las celebraciones que se han dado desde hace cinco años en nuestro medio. Acá, después de las consultas y elecciones llevadas a cabo desde 2007, se festeja con demostraciones de revanchismo y sorna en contra de los contrincantes perdedores, se arman tarimas donde se encaraman los partidarios vencedores, quienes en medio de gritos, cantos y brincos histéricos festejan el trofeo. Después de todo, buena falta les hace a nuestros mandatarios aprender de la caballerosidad del Presidente de EE.UU.. Se trata es de unir, no dividir.