Este lunes 24 de septiembre, hemos asistido a un acontecimiento multitudinario impactante. La renovación de la Consagración del Ecuador al Corazón de Jesús y la llegada de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América, convocaron a miles de hombres y mujeres de todas las edades, razas y condiciones.
Vimos un pueblo que, en su maravillosa diversidad, mantenía una unidad inquebrantable; la unidad de la fe que nace del encuentro con una presencia viva, de Dios y María que caminan junto a su pueblo. Esta identidad nacional se debe respetar y ha de reflejarse en toda la estructura de nuestra sociedad, a través de la defensa de los principios no negociables del pueblo católico que son: la vida, la familia y la libertad religiosa, en una sociedad justa, solidaria y trabajadora.
Hoy, más que nunca estamos llamados a velar por los fundamentos del auténtico progreso para que vuelva a brillar en este siglo XXI ese “Quito luz de América” de generación en generación.