El empobrecimiento de conceptos y discursos es general. Especialmente el uso demagógico de la palabra revolución, desgasta el término y devalúa su contenido. Quienes por desconocimiento u oportunismo se autocalifican como revolucionarios, evidencian falta de rigor y formación, carencia de trayectoria de lucha social relevante, ausencia de participación en un proceso de acumulado histórico trascendente de cambio. Hoy resulta que ser revolucionario es alienar masivamente a la población, violentar derechos humanos y laborales, auspiciar la depredación de la naturaleza y entregar los recursos naturales nacionales a una potencia extranjera, restringir el ingreso a la universidad, promover el servilismo y la incondicionalidad al poder despótico, incitar al clientelismo de las comunidades y hacer apología del asistencialismo en detrimento de la dignidad humana, rodearse de aventureros, mitómanos y plagiadores, estimular el nepotismo, la mediocridad o la corrupción, y engendrar mescolanzas ideológicas amorfas, confusas e inconsistentes.