La información es en esencia código, ya sea en la forma discreta e imperfecta de los conceptos en palabras, en los rigurosos y veloces 0s y 1s de las computadoras o en las enigmáticas y dinámicas cinco moléculas que determinan el código de la vida (ADN). Lo segundo transformó al mundo, generó riqueza y afianzó la brecha tecnológica entre naciones desarrolladas y aquellas pobres y dependientes de “commodities”. Lo último representa un nuevo y activo frente de desarrollo tecnológico y el riesgo para las naciones pobres de sufrir una profundización de la brecha tecnológica. El código, que es fuente de desarrollo tecnológico, es importante porque representa poder económico, riqueza y la posibilidad de alcanzar el nivel de las sociedades desarrolladas.
El problema es que pocas naciones poseen las condiciones necesarias para poder leer y traducir el código de la vida, que está disponible públicamente y sin costos. En un estudio que no se ha vuelto a replicar, Juan Enríquez y Rodrigo Martínez en un “working paper” de Harvard Business School (Agosto, 2002), determinan que en seis meses se leyeron un total de 43 terabytes de información de las tres principales bases de datos genéticas del mundo. Esta información fue leída principalmente por los EEUU y Europa, con el 92% de la participación. Ninguna nación en Asia, África y América Latina, a excepción de Japón, participó de más del 1% de esta información.
¿Queda entonces preguntarnos qué hemos hecho los ecuatorianos para reducir dicha brecha tecnológica; acaso nuestras leyes, reglamentos y procesos han sido oportunos o son un obstáculo para el desarrollo?