En el gobierno de Correa, el diálogo se tornó sumamente inútil, frustrante, e incluso, se volvió casi imposible, porque en esa época se vivía un ambiente de total irrespeto, incertidumbre y hasta de miedo. Un auténtico diálogo, lo que realmente requiere, es un clima de paz, de confianza y esperanza. La situación político-económica del país, en todo momento favorecía el egoísmo, el individualismo, el no querer abrir las puertas al común de los ciudadanos, a quien no era parte de la revolución ciudadana. La Constitución vigente, sin duda, fue elaborada con dedicatoria para tratar de favorecer únicamente a la gente de su movimiento y círculo político, y, pare de contar; y, más no, para todo aquello que tenía relación con el bien común, el cual, si se lo aplicaba, habría contribuido para el adelanto, cohesión y unión entre los ecuatorianos.
En significativa medida, esto último, es lo que el gobierno de Moreno ha venido realizando y consiguiendo, lo cual es muy loable. Por sí solas, las personas y sus familias, no están en condiciones de alcanzar su desarrollo y prosperidad; el Estado tiene la obligación estricta trabajar por el bienestar tanto de las mayorías como de las minorías.