Lo que nadie puede dudar es que siempre fue un buen comerciante, de aquellos que hacen del arte de engatusar su mejor virtud. Vendió muebles, casas, casinos, reinados de belleza y se aprovechó de su fortuna (4.000 millones) para manosear a las candidatas, burlarse de los discapacitados, ofender a las mujeres, denigrar a los migrantes que roban el trabajo y rendir culto a la sentencia de que: “Poderoso caballero es don dinero”. Su labia despertó sobre todo el seso de los blancos poco educados, que según se ve son muchos. Dijo cosas increíbles que todos festejaron –como aquella de no pagar impuestos o meterle un balazo a un congénere en media calle- y perdonaron porque, ‘él es bien rico’. Se burló –con razón- de las encuestadoras y al puro estilo populista ofreció el oro y el moro sin la menor intención de cumplir. Una vez en el trono y viendo como perros al resto no megalómano, alienta sin quererlo al sumiso que viola leyes, se apodera de todos los poderes, se roba la plata, impone la cacería de brujas y aterroriza porque él es bien populista y hasta logra que los perdedores que ayer le insultaron, ahora le ofrezcan su colaboración ‘por el bien del país’ Así va el mundo, una farsa inigualable de la que es difícil escapar.