Fuentes oficiales han aceptado que el desempleo y la pobreza se han incrementado, pero esto tampoco aportaría lo suficiente como para afirmar que estamos en crisis.
Lo cierto es que ahora en cada semáforo nos acosan limpiadores de parabrisas, lanzadores de fuego, malabaristas, equilibristas, magos, vendedores de baratijas, relojes, celulares, bebidas y alimentos.
Frente a la desesperación de padres de familia por llevar el sustento a su hogar, no podríamos oponernos a que realicen una actividad honrada. Sin embargo, quienes venden alimentos deberían ser regulados por las autoridades municipales ya que limones, plátanos, mandarinas o manzanas se depositan en el suelo de los parterres, sitios en los cuales las personas y animales eliminan sus excrementos y por los que circulan roedores y otros bichos. Se observa que muchas personas los compran y enseguida los ingieren sin el menor recelo, sin plantearse siquiera la posibilidad de lavarlos.
Sería bueno que estos vendedores se registren, cuenten con un certificado de salud y dispongan de una mesita o coche en el que mantengan sus productos. Si bien su trabajo es duro y sus recursos limitados, deben observar las medidas elementales de higiene en una sociedad civilizada. En la campaña anterior, a los lustrabotas les obsequiaron overoles y sillas de trabajo.