La responsabilidad de organizar las ciudades para ofrecer las mejores condiciones de vida de sus habitantes le corresponde a los municipios, que al momento abarcan a los dos tercios de la población del Ecuador.
Estos gobiernos intermedios, ilusamente llamados “autónomos y descentralizados”, para su actividad requieren de importantes recursos. Principalmente lo componen: el impuesto a los predios, por cierto desactualizado, que no llega ni al 15% de sus ingresos; tasas, contribuciones e impuestos 10%; el Gobierno Central que otorga hasta un 30% de su presupuesto general, que cubre en buena medida el saldo y financiamientos externos. Por cierto, muchos de ellos, con poca capacidad de aprovechar eficientemente esos recursos (salvo excepciones). Por otro lado, los costos operativos en su mayoría bordean el 40%.
Con este escenario, sumando a las nuevas condiciones económicas, a pesar de que no lo dicen, la gran mayoría adolece de una aguda crisis financiera (por no decir quiebra). El efecto inmediato se refleja en el recorte de la obra pública. Advertimos un creciente deterioro de los espacios públicos por falta de un adecuado mantenimiento, el aumento de delincuencia, inseguridad, y lo más grave: aumento de la marginalidad. Un proceso silencioso de descomposición social, donde el sentido de localidad se vuelve circunstancial más que de propiedad.
Urge un cambio radical en la concepción de los organismos rectores. Exigir condiciones mínimas para tales dignidades y, por ende, un nuevo modelo de gestión. Reestructurar los presupuestos en función de lo que se requiere prioritariamente y buscar imaginativas maneras para obtener recursos. Ser menos dependientes del Gobierno Central, quien deberá constituirse en un asesor y facilitador del desarrollo de las ciudades. El Miduvi, al que le correspondería esta tarea, está muy lejos de aquello; se preocupa únicamente de llenar estadísticas de vivienda en vez de “hacer ciudad”. Ya no estamos en la época de cantidad sino de calidad de ciudad. Hay que disminuir la brecha entre urbes grandes y pequeñas. Buscar su particular vocación, como eje rector de su desarrollo. Emprender en acciones para cambiar la economía informal, que supera el 60%.