Los cancilleres son los representantes de la política exterior de un país, son la cara visible y la voz de un país en el mundo. Nuestros últimos cancilleres no han sido ni lo uno ni lo otro. Nuestros últimos cancilleres han mirado de reojo las violaciones a los derechos humanos en nuestros países hermanos latinoamericanos Venezuela y Nicaragua.
Ellos han guardado un silencio cómplice frente a deplorables hechos ocurridos en los últimos cuatro años en los países mencionados. Los cancilleres no han visto a los migrantes dormir en el suelo sobre cartones y cubiertos cobijas compradas al paso, los cancilleres no han visto llorar a un niño migrante a lágrima viva por quien sabe que causa, los cancilleres no han visto familias enteras esperar en largas filas y durante horas sus documentos migratorios en Rumichaca, los cancilleres no han visto a un joven migrante temblar de escalofrío por una enfermedad desconocida.
Los cancilleres no han visto a migrantes cargando sus precarias maletas y caminar kilómetros hasta quedar sus pies ampollados. Los cancilleres no han visto a migrantes vendiendo dulces en el transporte público, tampoco han visto a una madre con su niño cargar un parlante para cantar en el trole y obtener unos centavos de compasión. Los cancilleres han hecho lobbying en la sede de la ONU en Nueva York o han comido manjares en Ginebra. Tengamos la esperanza que el actual Canciller del Ecuador tenga la sensibilidad humana y la estatura moral que las situación requiere y sea el reflejo de un país que ama la libertad, la paz y el derecho a la vida.