Consciente de las palabras que escribió el padre de las biografías Stefan Zweig y que dice “Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra”, pienso y me distancio para siempre del suicidio, suicidarse es decirle Sí a la muerte. La vida está repleta de alegrías, de tristezas, de estados de pasividad, de sueños, de besos; pero también es la acumulación de vivencias y en la vejez cuando estas han sido buenas, te sostienen.
Has luchado desde cero y has avanzado por tu voluntad, por tu creatividad, por el agradecimiento que has tributado a Dios, quien hace de la vida un milagro, ese recibir cosas inesperadas, eso es milagro. Cuando le dices sí a la muerte se te taponó algo, no es una enfermedad, es un ahogamiento del alma, un obnubilarse de la razón, y sin pensarlo dos veces, por sobre toda gracia, decides decirle un basta a la vida. Todo te da asco, pero tú también eres parte de las profundidades de ese miasma. Cómo le pesaría la vida a Alan García, ¿Qué queda después de una fatalidad? El hedor del cuerpo si se descompone y la mandíbula del burro que te mira como en la película de Mel Gibson, “La pasión de Cristo”.