La ciudad ha contado en los últimos 40 años con excelentes alcaldes tanto por sus ejecutorias como por su valía como seres humanos. Con una que otra excepción la ciudad se ha beneficiado de sus burgomaestres. Hoy, para nuestro infortunio, contamos con un personaje salido de las entrañas de la política partidista, de aquella que produce segundones y no líderes.
Un buen hombre, que está bien para subsecretario de alguna dependencia pública, pero que ni de lejos da la talla, el liderazgo y la presencia para alcalde de una urbe de más de dos millones de personas, con problemas que demandan experiencia, capacidad de convocatoria ciudadana y mando.
Nos estamos convirtiendo en un pueblo grande, tenemos problemas en infraestructura básica, deficiencias viales, suciedad por doquier e inseguridad campante. La alcaldía actual no pasa de manejar lo que ha heredado en materia de agua potable, de canalización, de transporte público, de electrificación. No puede, fuera de una costosa maquinaria publicitaria, exhibir ninguna obra de importancia, ningún mérito evidente.
El cacareado beneficio que producirá la renegociación del aeropuerto será en 30 años y su valor presente es pequeño. El Quito que queremos no es el de los baches, la inseguridad, la suciedad, la obesidad burocrática y las banderas de AP; exigimos que Quito sea lo que siempre fue, ciudad líder, valiente, libre, limpia y segura, con alcaldes que fueron motivo de orgullo de estos franciscanos quiteños, no segundos de abordo.