Tan sorpresiva como abrumadora fue la muerte de Alan García. Más allá de los inextricables misterios de la vida y de la muerte, y de las razones o impulsos que mueven a las personas a tan abrupto final, es un destino fatal, la sombra cubre a los expresidentes peruanos de elección popular de los últimos años.
Alberto Fujimori vive sus últimos años pagando sus deudas con la sociedad. Víctima de una enfermedad sin cura y luego de una larga condena, su estado es lamentable. Fue sorpresa electoral, propició un golpe de Estado, casi acabó con la estela sangrienta del terrorismo de Sendero Luminoso pero cayó en prácticas corruptas y pesan sobre él graves casos por derechos humanos.
A los siguientes mandatarios les cayó la ‘maldición’ de Odebrecht. Alejandro Toledo vive en EE.UU. y la justicia le busca. Ollanta Humala pasó 10 meses en prisión y todavía aguarda el pronunciamiento de los jueces. Pedro Pablo Kuczynski se derrumbó del ejercicio presidencial por el escándalo y su salud sufrió un quebranto, el mismo día en que Alan García murió.
García Pérez fue líder de APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana). Creció bajo el ejemplo de Víctor Raúl Haya de la Torre, quien nunca pudo ser presidente.
En su primer mandato sucedió a Fernando Belaúnde. Llegó al poder con 36 años. La hiperinflación y el terrorismo senderista pusieron a su gobierno contra la pared, asediado también por casos severos contra los DD.HH. Cuando su sucesor Alberto Fujimori se declaró dictador se fue exiliado a Colombia.
Su segundo gobierno fue un dechado de rectificaciones y contribuyó en el crecimiento de la inversión extranjera directa, aunque la brecha socioeconómica sigue gigantesca. Fue candidato dos veces más, sin éxito.
Sumido en las denuncias de Odebrecht su brillante oratoria, que denotaba sólida formación, se apagó. Seguramente Alan García no soportó verse esposado o en prisión y se quitó la vida. Mártir para sus partidarios, culpable para sus detractores, la historia le juzgará.