No gustan los resultados negativos y menos los electorales. La Concertación por la Democracia en Chile lo experimenta con la primera victoria de Sebastián Piñera y la probable definitiva en la segunda vuelta. Sin embargo, para la escuálida democracia continental, es buena nueva, pues implica el valor de la alterabilidad en la conducción del Estado, que es un elixir vital de la democracia.
El refresco de una experiencia política extraordinaria como son los cuatros períodos consecutivos, después de la sangrienta dictadura de Pinochet, no debe implicar un cambio radical de rumbo en el país de la estrella solitaria, que se ha caracterizado por consolidar las políticas de Estado antes que atender los apuros coyunturales. Por eso es necesario destacar el hecho paradojal de que Michelle Bachelet, como Ricardo Lagos en el período anterior -los dos de la Concertación ahora derrotada por un millón de votos- que hayan terminado sus mandatos con un alto porcentaje de aceptación.
Son los efectos de políticas de Estado como la administración de la crisis mundial con ahorros no dilapidados de la exportación del cobre y con una inserción en materia internacional que privilegió los intereses nacionales antes que el protagonismo histriónico de sus gobernantes. En estas condiciones no fue necesario refundar el país, convocar una constituyente ad-hoc, ni obligar al pueblo, mediante una perversa inducción mediática, a garantizar un régimen autoritario.
Chile ha experimentado múltiples ensayos políticos: exitosos, frustrados y uno particularmente cruel. Su pueblo participó con enorme pasión en las grandes controversias ideológicas y políticas de los años 60. Una parte enarboló la doctrina social de la Iglesia Católica con la ‘revolución en libertad ‘de la Democracia Cristiana, pero no alcanzó la utopía con la de ‘vino y empanadas’ bajo la conducción de Salvador Allende. Los excesos e infantilismo Lenin ya lo advirtió- lo pagaron fusilados, desaparecidos y torturados bajo el represivo y corrupto régimen de Pinochet.
Luego advino la Concertación por la Democracia -el experimento político más exitoso de América Latina- por cuatro gobiernos. Resulta ocioso relatar los beneficios y los costos, pero debe señalarse el logro de un equilibrio social y la inserción en la comunidad internacional de un mundo globalizado, sin incurrir en recetas antidemocráticas como las constituyentes ad-hoc o las reelecciones indefinidas.
Es posible que el candidato de la derecha alcance la victoria. Será muy difícil para la Democracia Cristiana, el Socialismo, el PPD y otros, pero luego comprenderán que fue conveniente regresar a los templados cauces de la oposición.
Por eso, la experiencia chilena, más que un ejemplo, es un contraste para países idiotizados por Mesías que solo aspiran al juicio final después de sus mandatos.