La muerte de Sandro fue un tsunami emocional que tapó por completo todos los temas a los que nos tiene acostumbrados la realidad argentina.
Enrique Valiente
Columnista
Es graduado en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Fue colaborador de la revista Noticias y escribe en Opinión de La Nación y en el suplemento Enfoques. La Nación de
Argentina, GDA
Uno podría hipotetizar que la gente está a la espera de algo que la saque de la banalidad de las realidades cotidianas. Siempre las mismas respuestas para problemas antiguos, o más bien, la misma falta de respuesta para esos problemas.
Pero, ¿es solo el cansancio con temáticas de las que la gente está harta, o hay algo más? ¿Qué conjugan estos ídolos en su figura? ¿Por qué deliraban miles de mujeres con sus canciones de amor? ¿Qué significan estos ídolos que hace que la gente los llore desconsoladamente?
Encarnan el talento y el mérito de los artistas que saben expresar algo excepcional. Y encarnan también el hecho de que la gente desea ser cautivada, desea entregarse a otra cosa, desea no solamente descansar de la realidad política y económica, sino también descansar de sí misma y de su propia vida.
Con solo ver un rato los noticieros de ayer, podía verse en Sandro una persona que era un contrapunto de la gente que pertenece a la vida del espectáculo. Era un hombre que expresaba convicciones solidarias, que había adoptado a los hijos de su mujer, que luchaba por los derechos de los actores, y que tenía la inusual inteligencia de no tomarse enteramente en serio a sí mismo, como lo mostraban sus propias imitaciones de sí.
Como punto curioso, se declaraba enemigo de las guarderías infantiles y de los asilos, es decir, enemigo del encierro institucional de la primera y última parte de la vida, enemigo del aislamiento que configuran esas dos situaciones de domesticación. De esa sensibilidad seguramente no estuviera exenta el intermedio de la vida, y acaso sus canciones justamente liberaban sentimientos largamente domesticados, sueños amorosos nunca vividos, pasiones encerradas entre cuatro muros, que encontraban en él una puerta de escape.