Un grupo de refugiados sentados en la cubierta del buque de carga OOC Cougar que fueron rescatados del mar Mediterráneo , el 13 de abril de 2015. Foto: EFE
En África, William Swing ha sido testigo de muchas tragedias, como embajador en Liberia y como enviado de Naciones Unidas a la República Democrática del Congo durante la guerra civil. Sin embargo, lo que está pasando en el Mediterráneo es para el actual director general de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) “peor que cualquier otra tragedia: es un crimen”.
Swing exige a la Unión Europea (UE) no solo un mayor empeño para rescatar a refugiados sino también una lucha contra las bandas de traficantes de seres humanos, que actúan con una creciente brutalidad. “Estas redes operan de forma prácticamente impune, mientras que cientos de personas mueren. El mundo debe actuar”, reclama Swing.
Expertos de organizaciones internacionales coinciden en que ni la huida masiva de refugiados ni las muertes en el Mediterráneo cesarán si no se emprenden acciones decididas contra los traficantes. Y es que los beneficios que se pueden obtener con el tráfico de personas son demasiados atractivos.
También parece ser demasiado grande lo que los traficantes que operan profesionalmente llaman “demanda”: la determinación de cada vez más personas de huir de guerras y de la pobreza.
“Esa gente son hombres de negocio”, dijo a la emisora BBC Giampaolo Musceni, coautor del informe “Confession of a People Smuggler” (Confesión de un traficante de personas), que fue el resultado de dos años de investigaciones. “Hay que imaginarse a un traficante como alguien que piensa las 24 horas del día en cómo se pueden romper las fronteras de Europa.
Ellos leen noticias, estudian el derecho europeo y observan lo que está haciendo Frontex (la agencia para la protección de las fronteras externas)”. Además, hay cada vez más indicios que apuntan a que los traficantes colaboran con terroristas islamistas. “Estos nuevos traficantes de esclavos también financian el terrorismo”, dijo el ministro de Relaciones Exteriores de Italia, Paolo Gentiloni, al periódico “Il Messaggero”. Según el ministro, “sus negocios criminales ya suponen el diez por ciento del producto interior bruto de Libia”.
Puede ser que se vean a sí mismos como hombres de negocios, pero cuando se trata de falta de escrúpulos y desprecio al ser humano, los traficantes difícilmente pueden ser superados. Esto también se desprende de los interrogatorios a miembros detenidos de las bandas y de conversaciones telefónicas pinchadas por la Policía.
“¡Oh, entonces han llegado a estar con Alá!”, gritó el traficante Jeremias Girma en su móvil cuando en octubre de 2013 más de 360 inmigrantes se ahogaron al hundirse frente a la costa de la isla italiana de Lampedusa un barco con refugiados. Ahora, la policía italiana ha detenido a este etíope, que estaba siendo buscado desde hace tiempo y que es considerado como uno de los peores “capos” de los traficantes de personas y que al parecer organizó un sinnúmero de transportes de refugiados. Girma cayó en manos de la policía junto con más de otros 20 presuntos traficantes de personas. “Ellos dicen que dejo subir a los barcos a demasiada gente”, dice otro traficante, el eritrea Mered Medhanie, llamando por teléfono en Trípoli. La grabación permite escuchar claramente que se ríe entre dientes cuando lo dice, señaló el periódico “La Repubblica”.
“Pero si son ellos los que quieren irse a toda costa”, agrega el traficante. Algunos investigadores temen ahora que algunos de los traficantes ni siquiera tienen ya la intención de procurar que los barcos lleguen efectivamente a las costas de Europa, probablemente también porque temen ser detenidos cuando llegan a su destino.
Hay reportes que aseguran que hay traficantes que ya ni siquiera llenan los tanques de combustible de algunos barcos con refugiados.
Algunos traficantes, según estas versiones, solo dirigen los barcos hacia las plataformas petroleras y gasísticas frente a la costa de Libia y luego abandonan las embarcaciones.
En esa zona, el tráfico marítimo internacional es especialmente denso y, según las normas del derecho marítimo, también los buques mercantes están obligados a responder a las llamadas de emergencia intentando rescatar a los náufragos.
A veces ocurre que los refugiados entran en pánico haciendo que su barco sobrecargado zozobre. En Libia, donde apenas impera la ley y desde la cual la mayoría de los países retiró a sus diplomáticos hace tiempo, los refugiados son como conejos que caen en la trampa. D
espués de esperar durante semanas o meses, los arrean para que emprendan la travesía. “Ya no podíamos volver, porque nos habían quitado nuestros pasaportes y nuestro dinero”, relató un refugiado de Ghana a rescatistas de la ONU. “Libia es el infierno.
Uno solo quiere salir”. “Nos engañaron. El barco no era grande en absoluto”, dijo Ali, un refugiado de Gambia, a la BBC. “Nos apuntaron con sus fusiles: si no nos embarcábamos, nos iban a matar a tiros”. El ghanés Abdo describe la situación de los refugiados en Libia en estos términos: “Una cabra muerta ya no tiene miedo al cuchillo del carnicero”.