El edificio de la UNASUR que se construye en la Mitad del Mundo. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Durante el sismo de 5,1 registrado el martes 12 de agosto en Quito, Jorge Sánchez trabajaba en la construcción del nuevo edificio de Unasur, en la Mitad del Mundo, una obra con un tronco de 1 500 metros cuadrados con dos grandes brazos que parecen suspendidos en el aire. Ese día se encontraba en un andamio y cuenta lo ocurrido.
“El martes 12 de agosto llegué con mis compañeros temprano, teniendo en mente que teníamos que terminar de levantar un muro alto para las nuevas oficinas en el edificio principal de la Unasur. Para entrar a la construcción, como es costumbre, teníamos que colocarnos el arnés de seguridad, el casco, guantes, gafas y las botas para subir al andamio y así poder asegurar las estructuras metálicas al muro, para que este no se caiga.
Subí al andamio y aseguré la correa de mi arnés al anclaje en la pared para que, en el caso de que se desplome el andamio, yo no cayera de golpe al suelo. Mis compañeros y yo aseguramos los frenos del andamio para que no se mueva, porque nuestro supervisor nos exige siempre que cumplamos con esas reglas.
Toda la mañana pasó sin ningún problema, incluso nos reíamos y escuchábamos música con los compañeros. Logramos adelantar bastantes cosas en la construcción. Era tarde, cuando el andamio empezó a moverse. Al principio no sabía lo que pasaba, pensé que alguien lo estaba moviendo, pero no vi a nadie. El movimiento continuaba cuando de repente vi a mis compañeros que salían corriendo y gritando “temblor”. Uno de los compañeros, que estaba conmigo en el andamio gritó: ¡Calma, quédense quietos!, pero no hacían caso y corrían hasta la abertura del muro que utilizamos como puerta.
Por un momento, en mi desesperación, pensé en tirarme del andamio si el sismo se hacía más fuerte, pero algo me decía que si saltaba podía golpearme con algo al caer al suelo y sería peor. Me quedé quieto y me sujeté fuerte del andamio y de la correa para no caerme, porque el sacudón era muy fuerte. Por mi mente imaginaba que en cualquier momento el muro al que estaba sujetado podía desplomarse o el andamio podía caerse y yo quedaría colgado hasta que me rescaten. Lo único que me repetía en la mente era: ¡tranquilízate, cálmate!
Cuando la tierra finalmente dejó de moverse mis compañeros y yo bajamos de la estructura. En ese momento sentimos una réplica del sismo, nos sujetamos a las columnas hasta que pase el movimiento. Por un momento pensé que algo nos podía caer desde arriba, tal vez un bloque o una viga.
Después se detuvo el movimiento de la tierra. Con mis compañeros salimos al parqueadero donde muchos trabajadores se había reunido y habían empezado a llamar por teléfono, tratando de comunicarse con sus familias, pero no había señal de celular. Algunos que sí tenía señal de teléfono prestaban sus celulares para que se puedan comunicar. Yo llamé a mi casa para asegurarme de que no había pasado nada y que mi familia esté bien. Otros compañeros, en especial los que vienen de otras provincias, aún estaban nerviosos. Saltaban como locos y repetían que no querían volver a trabajar.
Después de unos minutos, el ingeniero de la obra revisó todo y nos dijo que no iba a haber problemas en la estructura y que podíamos volver a trabajar. Nos tocó volver pero ya nadie, después de tremendo susto, quiso regresar al andamio”.