Jimaní, República Dominicana, AFP
Más de 1 300 heridos del terremoto que asoló Haití se apiñan aún en camas, pasillos y hasta la entrada de hospitales dominicanos como el General Melenciano, en la fronteriza ciudad de Jimani, donde sobreviven sin saber la suerte de los que dejaron atrás.
Una semana después del pavoroso terremoto, Marguerite Jeantel gime echada en un colchón. Su pierna izquierda fue amputada.
Su marido Joseph la trajo desde Puerto Príncipe tras recogerla a la entrada de su casa. Un coche que la atropelló durante el sismo le aplastó la pierna.
“Vine aquí porque no encontré ningún hospital funcionando” en la capital haitiana, explica.
“La han tratado bien, los dominicanos nos tratan bien”, explica entrecortadamente, mezclando el frances, el creole (su lengua materna) y el español.
Puerto Príncipe se halla a unos 56 km de Jimaní, a través de una carretera que no consigue recorrerse en menos de dos horas.
Atrás quedaron dos hijos vivos, pero sin hogar. Viven en la calle, con los vecinos, cree Joseph.
“Dios mío, creí que perdía todas mis fuerzas”, musita cabizbajo.
“Siempre tuvimos haitianos por aquí. Vienen y van, nunca les preguntamos nada. Pero esta vez la afluencia de heridos fue desbordante”, explicó a la AFP el director del centro hospitalario, Francisco Muquete.
Los heridos fueron desbordantes en una ciudad de poco más de 11 000 habitantes, con instalaciones médicas muy modestas. Hubo un momento de pánico, pero la ayuda llegó de inmediato, reconoce el director. De la capital, Santo Domingo, y de organizaciones no gubernamentales de una decena de países.
“Hemos tenido diferencias históricas, pero nos unen los mismos problemas”, dice el director respecto a los vecinos haitianos.
Las víctimas sobreviven, pero sin poder narrarlo a sus seres queridos ni sin noticias de ellos. Sin teléfono celular, sin poder viajar.
El sismo también se sintió muy fuerte en Jimaní, pero ninguna casa se derrumbó, contrariamente a lo que pasó en Fort Parisien, apenas a 12 km de distancia en territorio haitiano. “Esa es la pregunta que nos hacemos todos: ¿porqué?”, reflexiona en voz alta Muquete.
De Fort Parisien vinieron Heurimond Gerlens, de 13 años y su madre. Heurimond tiene una gran herida en la cabeza y otra en la mandíbula, y no puede hablar. Su madre, Henriette, cuenta que apenas tuvieron tiempo de salir de la casa, en construcción permanente, como la gran mayoría de hogares en ese país.
“Nos cayeron encima los ladrillos, los cristales”, explica Henriette. Pero salieron con vida. Otros tres hijos también, pero Henriette no sabe dónde andan.
“Estaban vivos cuando los dejé, tuve que venirme porque era Heurimond quien necesitaba ayuda”, relata con los ojos llenos de lágrimas.
El padre no aparece. No hay manera de poder hablar con la familia, ni siquiera para poder decirles que Heurimond sobrevivió a las heridas, añade.
“El ritmo bajó, pero seguimos operando a unos 40 al día”, afirmó el cirujano ortopedista José Gil. La mayoría de los pacientes requerirán una larga hospitalización, precisó.
Nadie ofrece respuestas sobre cómo ayudar a estas víctimas a entrar en contacto con sus familias, en un Haití que lucha por ponerse de pie.