Redacción Siete Días
Un aroma a habano se empieza a sentir y la voz de Sixto Durán Ballén suena cerca. Aparece el hombre alto de expresión feliz con un tabaco en la mano. Camina rápidamente. Y eso que hace poco se operó por su problema de columna y huesos. Cosas de la vida, le sobra calcio.
Fui Alcalde de Quito y Presidente de la República. La fotografía, la lectura, la música, le produce a uno gozo. He gozado mucho y tal vez por eso se debe la buena salud, la tranquilidad… Soy como soy. Punto.
No puedo vivir sin la familia. Con Finita, antes de casarnos, dijimos que si no tenemos hijos tendríamos que adoptar. Dios nos dios nueve hijos, viven ocho. Tengo 23 nietos y estoy esperando al bisnieto número 15.
Es su único problema de salud. Tiene 88 años. Cuenta que ha perdido ya siete centímetros de altura… “Si por ahí encuentran, me los devuelven, ¿ah?”. Luego, hacemos un inventario del gozo, una de las explicaciones que él da a su buena salud.
¿Cuándo descubrió el goce de la música?
Por coincidencias de la vida. Estudié en Columbia University, Nueva York. En segundo año, me encargaron que sea una especie de padrino de un estudiante de República Dominicana, Alejandro Martínez, muy aficionado a la música y un gran pianista.
¿El apadrinado cambió los papeles?
Yo tenía que ayudarlo porque su inglés era muy elemental. Mientras preparábamos clases, él siempre ponía una estación, la WQXR, 24 horas de música clásica. Así comencé yo, oyéndole sus explicaciones…
¿Y coleccionando discos?
Sí, mis primeros discos de música clásica eran de 78 revoluciones. Se rompían fácilmente, eran de pizarra. Llegué a tener 300 álbumes más o menos, de dos, tres o cuatro discos cada uno, porque eran muy lentas las revoluciones.
¿Aún tiene esa colección?
Una vez graduado, me casé y nos fuimos a trabajar en Venezuela. Me llevé esa colección a Caracas, entre amigos que gustaban de la música gozamos de ella. Cuando volví a EE.UU., varios amigos me propusieron que les venda los discos. Lo hice, con tal suerte que llego a EE.UU. y había salido el LP, de 33 revoluciones.
¡Gran venta!
La segunda colección fue de Long Play, 33 revoluciones. Llegué a 300. Cuando hicimos mi primera casa me faltó plata y la vendimos para terminar la construcción. Pero había salido ya el High Fidelity, el estéreo.
En su estudio hay 5 000 discos de música clásica. También tuvo programas de música clásica, en Radio Colón y en Radio Bolívar. Los grababa en casa. Son entre 150 ó 200 programas. Hasta hoy, de lunes a viernes, a las 21:00, los reproducen. “De manera que todavía sigo al aire”.
Le encanta la música, ¿aprendió a tocar algo?
El único instrumento musical que toco es el timbre (risas). Me hubiera gustado mucho…
Pero tiene el gozo de saber escuchar.
Eso sí… y de que me escuchen…
¿De qué sirve el goce?
Al goce le debo mi buena salud. Yo me tomo las cosas con calma.
¿Qué otro goce tuvo?
Un tiempo me dediqué a la fotografía. Hice exposiciones en Cuenca, Guayaquil, Quito, Manta… Tomé fotos hasta que se volvió un pasatiempo caro.
Y, ¿con qué siguió gozando?
Con Finita nos encantaba bailar, pero con el problema de las piernas ya no puedo. Jugaba golf, pero ya no puedo hacer el ‘swing’.
Y, ¿los cigarros?
En la universidad fumaba pipa. Era típico de los estudiantes de Arquitectura. Se la podía tener en la boca y estar dibujando.
¿Cuándo cambió?
Cuando fui Ministro de Obras Públicas fui a Washington, al Banco Mundial, en relación a una solicitud de crédito. Tras el almuerzo, sirvieron cigarros. Me eché la mano al bolsillo y no había llevado mi pipa. Entonces probé un cigarro. Desde entonces no he parado…
¿No le dice nada el médico?
Hace pocos meses tuve una tercera operación por el problema de columna y de piernas, y el médico pidió un examen general. Mi cardiólogo, Alfonso Cruz, mandó su informe escrito al cirujano. Ahí dice que mis pulmones son completamente claros…
Y sus tabacos son parte de la historia futbolística…
Cuando organizamos la Copa América yo estaba en la Presidencia. Uno de los primeros juegos fue en Portoviejo. Llegué con mi cigarro y, como ganaron, empezaron a reclamar que fuera al fútbol con mi cigarro. Era pura coincidencia… ¡pero se volvió cábala!
¿Sigue fumando el puro de la suerte?
¡Me toca! Estaba de Embajador en Londres. Fui a un sitio llamado El Rincón Quiteño. No quise fumar, porque era un local muy pequeño. Al final del primer tiempo, en nuestro primer Mundial, habíamos acabado 1-1 con Croacia, y vinieron 3 ó 4 muchachos ecuatorianos, a decir por favor prenda su cigarro. Lo prendí y a los dos minutos, metimos el gol.
¿Y para octubre?
Ya tengo listos los puros