En Paján, Bertha Villegas continúa con la rehabilitación física en casa. La próxima semana asistirá a una consulta para confirmar la fecha en que recibirá su prótesis. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
El cochecito de su hijo está estacionado junto a sus muletas, al pie de la ventana. La tenue luz que ingresa en la casa de Bertha Villegas, en el cantón manabita de Paján, ilumina su rostro sonriente y, a la vez, crea una sombra que oculta lo que quedó de su pierna izquierda.
A las 18:58 del sábado 16 de abril estaba con su familia en un campeonato en el coliseo Danny Pinargote. “Cuando empezó a temblar tomé a mis dos hijos, subí las gradas y no sentí cuándo mi pie quedó atrapado en una grieta que se abría y se cerraba”.
Los rescatistas liberaron su pie, frenaron la hemorragia y la llevaron a un hospital en Manta. Allí, en medio de escombros y decenas de heridos, le amputaron parte de la pierna.
El terremoto de 7,8 dejó secuelas imborrables en algunos sobrevivientes de Manabí. El Ministerio de Salud reporta 19 casos de amputaciones de extremidades por colapso de estructuras; y más de 300 personas tuvieron graves fracturas y traumas craneoencefálicos. Todos requerirán una larga terapia de rehabilitación física.
Tras dos días en Manta, Bertha fue trasladada a Quito, donde la operaron nuevamente por una infección. “Allá conocí
más historias como la mía, de gente que había perdido una parte de su cuerpo y también a su familia. Cuando supe que hubo tantas muertes, le agradecí a Dios por estar viva”.
Su fortaleza incluso animó a los fisiatras del área de rehabilitación del Hospital Verdi Cevallos, de Portoviejo, donde recibió terapias. Gema Calderón, una de las terapistas, cree que Bertha está lista para recibir una prótesis. “Su optimismo le ayudará a recuperar rápidamente su cotidianidad”.
En la primera semana del sismo, el Verdi Cevallos atendió cerca de 1 000 casos de fracturas severas. Su gerente, Beatriz Bermúdez, recuerda que 20 fueron fracturas expuestas y siete terminaron en amputaciones. “Algunos pacientes llegaron amputados y empezamos un operativo con psicólogos, terapistas físicos y ahora gestionamos las prótesis”.
El 13 de julio, Bertha sabrá cuándo recibirá la suya (11 prótesis ya han sido entregadas por el MSP). Y mientras espera, sigue con la terapia en casa.
En cambio, el 7 de julio, Eudes Zambrano tendrá una nueva operación en el Móvil de Portoviejo. La tarde del sismo atendía su negocio de productos naturales y brebajes, en un mercado. “Con el sacudón caí de una escalera. Cuando vi mi pierna izquierda, el pie quedó para un lado y la rodilla para el otro”.
10 días después del terremoto le colocaron platinos de tibia y peroné y desde entonces permanece en una silla de ruedas. Antes del accidente, ya lidiaba con su pierna derecha a causa de la poliomielitis.
El terremoto le arrebató la movilidad, el negocio y la casa -está a la espera de un bono de reconstrucción-. Por ahora, una carpa azul del albergue del exaeropuerto Reales Tamarindos es su hogar temporal, donde conserva la nota que un diario manabita le hizo hace un par de años. Cuando la ve sonríe, pero también se deprime.
El soporte psicológico y familiar es la base de la recuperación, como asegura Juan Carlos Pinargote, director médico del Centro de Rehabilitación Integral de Portoviejo. Solo entre abril y mayo, Salud registró unas 14 800 atenciones por rehabilitación física en todo Manabí. Pero Pinargote piensa que una mayor cantidad de afectados por el terremoto llegará desde fines de este mes.
La semana pasada, Dania Aguilar comenzó su terapia. Cuando cae la tarde en Las Orquídeas, barrio portovejense donde vive, la sombra que proyecta al caminar por la calle solo refleja su brazo izquierdo.
A Dania le cambiaron el horario en el asadero donde laboraba. Salía a las 16:00, pero ese sábado su turno acabaría a las 24:00. “Estaba lleno. Fui a la cocina y cuando quise salir todo se vino encima. Seis horas duró mi rescate; el local podía terminar de caerse, así que me arrancaron el brazo”.
Lo que pasó después lo olvidó; quedó inconsciente. Solo sabe que pasó por dos cirugías y la última le dejó una cicatriz a la altura del hombro. Fue en Guayaquil; allí conoció a un niño que perdió un brazo y a un joven que perdió un pie.
Dania muestra un carné que certifica que tiene un 46% de discapacidad física. Pero ahora solo piensa en sus dos hijos, en conseguir una prótesis, un nuevo empleo y en acceder al bono de acogimiento. “Ese día murieron 16 personas en el asadero. Fui la única sobreviviente y debo salir adelante”.