Redacción Cultura
Medardo Ángel Silva es uno de los mitos mayores de la literatura ecuatoriana. Su estampa de poeta joven y taciturno, su gran calidad literaria y su temprana y trágica muerte lo situaron como una de las figuras de las letras modernistas. Fernando Balseca revisa el mito en ‘Medardo Ángel Silva. Llenaba todo de poesía’.
¿La poesía de Silva demuestra que nuestra literatura no se fundó en la década de los treinta?
No estoy de acuerdo con esa tesis. Sin sentimientos chovinistas hay que situar nuestra literatura en el esfuerzo de los pensadores ilustrados como Espejo o Juan Bautista Aguirre. Es un camino que no cesa.
Ud. diferencia en Silva una postura moderna de una modernista. ¿Cómo?
Lo modernista se ciñe al impacto y a la llegada de un estilo literario que fue fundamental en Ecuador. El modernismo lírico pone al día la idea de la poesía como una región autónoma. La poesía es para el disfrute de los sentidos y de la imaginación y no solo una obligación cívica como había sido antes.
Hoja de vida
Fernando Balseca
Guayaquil, 1959, poeta, ensayista y catedrático universitario.
En los setenta participó del colectivo Sicoseo de Guayaquil. En los ochenta integró el taller literario de Miguel Donoso Pareja.
Forma parte del Comité editor de la revista Kipus del Área de Letras de la U. Andina Simón Bolívar, sede de Quito.
Ha publicado poesía y cuento. Consta en el ‘Novísima poesía latinoamericana, México, 1982’.
¿Y lo moderno?
Tiene que ver, más bien, con una lectura crítica de un proyecto civilizatorio. Silva aprende de sus pares modernistas como José Martí o Manuel Gutiérrez Nájera la forma de manejar la crónica. Esto es un verdadero salto cualitativo. Su novedad fundamental radica en su prosa.
¿Cuál es la novedad?
La prosa de Silva permite desterrar la idea de que los poetas en general y los modernistas en particular estaban ocupados solo en cuestiones oníricas o sufriendo adicción a las drogas. La prosa de Silva permite entender que el modernismo ecuatoriano hace una propuesta sobre la cultura ecuatoriana.
¿Eran soñadores encerrados en su torre?
No eran escapistas en modo alguno sino que, a través de los mundos extraños y exóticos que imaginaban, hacían una crítica a la sociedad. Silva fue un atento cronista no solo de la realidad de Guayaquil, también de Quito y del extranjero.
¿Había una lectura comprometida con la realidad?
Muchas de sus crónicas aparecieron en la primera plana del diario El Telégrafo de entonces acompañadas de fotografías. Hay un camino que va del modernismo lírico, como un género aprendido hacia la potenciación de una escritura y de un autor verdaderamente moderno. La crónica ilumina y permite entender lo mejor de la producción lírica de Silva.
¿Cuál es la pertinencia o la vigencia de esa lectura?
En estos tiempos en los que se anuncian cambios y hay llamados desde el propio periodismo a hacer un mejor periodismo, la figura de Silva es curiosa y coyunturalmente importante porque se trata de un cronista que interviene con una mirada muy crítica y con registro lingüístico muy cuidadoso. También serviría para revisar las promesas que nos hizo la modernidad.
¿Eso significa revisar la idea de que Silva fue un genio de la poesía?
Es un debate interesante. En el libro reconozco esta capacidad singular de Silva. Es un intelectual jovencísimo en el escenario ecuatoriano. He tratado de comprender una de las preguntas básicas que incluso los contemporáneos de Silva se habían hecho: ¿De dónde viene Silva?
¿Y de dónde salió?
Hay una conjunción de factores importantes. Primero: el escenario cambiante del puerto de Guayaquil como un lugar que experimentaba la idea del progreso, del uso lucrativo del ocio a través de las revistas para el hogar y la mujer. Silva tiene la capacidad de catalizar su innegable talento a través de la educación pública de su época.
Su decepción de la realidad, ¿una crítica a ella?
Su mirada poética le permite enfrentarse a la realidad de la modernidad de modo crítico buscando el otro lado de ese supuesto progreso. Silva, como todos los modernistas, tuvo una relación incómoda con la idea de progreso y de bienestar. Vive una admiración y también un temor respecto de la modernidad.
¿No fue poeta marginal?
De ningún modo. Fue un activísimo intelectual que intervino sobre todo por la vía del periódico en la configuración de nuevas formas de sentir y de pensar de todos los modernistas. Hay una intensa relación de intercambio de cartas y una profusión de revistas literarias. Silva participó al menos en siete que se han registrado a escala nacional. Los modernistas pensaron al país en términos de unidad nacional.
¿Se puede leer esa posibilidad en la obra poética?
En la poesía es más difícil. Tal vez en algunos versos se destila esta participación activa. Los modernistas de Quito intervienen también sobre el paisaje quiteño, sobre los hospicios, las calles, el paisaje urbano. Pero sí, en las revistas culturales y en la correspondencia, es donde se puede notar ese proyecto de una nación.
¿El suicidio fue una manera de rematar esa construcción?
Esto es algo sobre lo cual nunca habrá una respuesta definitiva. Por los testimonios que tenemos y los archivos de la indagación judicial forense tenemos algunas ideas sobre cómo pudo haber sido el acto de la muerte.
¿Ese acto fue el símbolo de una muerte por ideas?
Más bien por un sentimiento. Morir por colocar en el primer plano de todo los afectos. Morir por la poesía.