Hilda Ortega dejó por un momento los quehaceres domésticos. A las 10:45 colocó un balde de plástico rojo sobre la acera. La marcha por la vida estaba a minutos de pasar por su casa, ubicada en Guajaló. Ella repartió la limonada en vasos desechables a los indígenas que llegaron caminando a la capital.
Se dio modos para entregar la donación a todos quienes se la pedían. Manuel Guanoquiza fue uno de los beneficiarios. Él caminó desde Latacunga y a esa hora, aunque el sol no era fuerte, sudaba. Se tomó la limonada en tres sorbos y devolvió el vaso, con un evidente gesto de agradecimiento. Durante el recorrido, desde Guamaní hasta El Arbolito, los vecinos de la av. Pedro Vicente Maldonado obsequiaron a los marchantes panes, plátanos, agua, jugos, gaseosas y otros alimentos. También pronunciaban mensajes de aliento.
Los puentes peatonales, las aceras, los parterres y las terrazas de las casas fueron los puntos de reunión de los moradores de los barrios del sur por donde pasó la marcha. “Bravo” o “Bienvenidos hermanos”, se escuchaba a lo largo del recorrido. Carlos Linahualpa faltó a su trabajo. Él es propietario de una clínica veterinaria y esperó el paso de los indígenas para expresar “su apoyo a la democracia y al pueblo”.
En su mayoría, quienes donaban comida o lanzaban consignas de apoyo prefirieron mantener su identidad en reserva. “Mi nombre no tiene ningún valor, soy ecuatoriano”, comentaba un hombre de contextura gruesa y con barba, que hacía flamear una Bandera del Ecuador.
Él se ubicó en un parterre de Guajaló. Una señora que vestía pantalón negro y saco rosado regaló plátanos a los participantes de la movilización. Estiraba su mano y entregaba la fruta a los caminantes. No hablaba.
Ya en San Bartolo, un hombre de cabello largo y con lentes aceleró su paso para cruzar la calle y acercarse a la gente que caminaba rumbo a El Arbolito. En sus brazos tenía un paquete de botellas con agua. Una la regaló a Rosa Chillaganga, quien tenía la cara enrojecida por el calor. “Gracias a Dios hay todavía quien reclame por los problemas que hay en el país” , dijo el hombre.
La caminata avanzaba hacia El Recreo y Wilson Jara no retiraba su dedo del botón del claxon de su carro gris. Con su otra mano hacía una señal de apoyo a la marcha. No le importó quedarse atrapado en el trancón, que durante la mañana de ayer se formó en la av. Maldonado.
Gonzalo Ushiña y 20 vecinos del Conjunto Jardín del Sur, en cambio, se alistaban para repartir cerca de 500 refrescos en funda, panes y vasos con agua a los participantes de la movilización. Exhibía un cartel con la frase: “Bienvenidos hermanos. El pueblo de Quito les apoya”. En señal de respuesta, los manifestantes pronunciaban: “Gracias, Quito”.
En el recorrido, la presencia de los miembros de las fuerzas del orden fue permanente. 1 200 policías nacionales y 500 metropolitanos estuvieron a cargo de la vigilancia. Miguel Rodríguez no evitó un comentario en La Villa Flora: “Así que aparecieran siempre, sería una maravilla”.
Temprano, el tránsito vehicular fue fluido en los diferentes sectores de Quito. La suspensión de clases en los establecimientos educativos fiscales, municipales y en algunos particulares tuvo su incidencia. Pero a medida que transcurría la mañana llegaban más buses interprovinciales con manifestantes y la circulación vehicular se empezó a trabar en las zonas de las concentraciones y en los sectores designados para el estacionamiento de los buses (parques Itchimbía, La Carolina, av. Simón Bolívar y viaducto 24 de Mayo, principalmente).
Por la avenida 12 de Octubre, en el parque El Arbolito, los buses trababan la circulación. Por la acera caminaba Pablo Zambrano. Él se dirigía a la Clínica Mosquera, a visitar a una sobrina.
Mientras se abría paso entre los manifestantes, se quejaba por ver tanta basura en la calle. “No entiendo para qué gastan tanto dinero en tarimas y pancartas. Hay cosas más importantes. Después, con qué plata van a pagar a los trabajadores para que limpien el parque”, murmuraba. A esa hora estaban concentrados en El Arbolito quienes respaldaban al Gobierno de Rafael Correa.
Alberto Cedeño trabaja en unas cabinas telefónicas, en la esquina de la avenida 12 de Octubre y Tarqui. Para él, cada vez que hay alguna movilización, las ganancias aumentan. “Es bueno el negocio, pero también hay peligros. No se sabe si las cosas vayan a subir de tono”, comentaba.
La marcha del oficialismo avanzaba a las 12:40 por la acera de la avenida 12 de Octubre hacia el sur. Las personas de los negocios del sector salieron a las puertas a mirar el paso de los manifestantes. Unos los aplaudían, otros solo movían la cabeza de un lado a otro y entraban en sus negocios.
“Que se apuren. En la televisión dicen que la marcha de los indígenas ya está avanzando hacia acá. Dios no quiera se encuentren”, comentaba Glenda Bastidas a su amiga.
Antes del mediodía, Hilda Ortega retomó sus actividades dentro de su casa. A esa hora, la cotidianidad en el sector de Guajaló retornaba a su ritmo habitual.