El olor a maní recién tostado con azúcar inunda el ambiente. Proviene de una casa ubicada en el sur de Ibarra. Tiene paredes y piso de cemento.
Allí funciona una microempresa de dulces de maní. “La montamos hace 15 días y ya tenemos ocho clientes”, dice orgulloso Manuel (nombre ficticio). Él escapó de Colombia hace un año y se refugió en Ecuador.
fakeFCKRemoveHace cinco años, refiere, en el departamento del Cauca trabajaba en el campo. Sembraba y criaba gallinas junto a su esposa y cuatro hijos (ahora son seis). Luego aprendió otros oficios como la elaboración de dulces.
“Pero un día escuchamos disparos de ametralladoras y explosiones”, recuerda Manuel. “Tuvimos que huir a la carrera y luego nos enteramos que soldados del Ejército, paramilitares y guerrilleros se enfrentaron en el lugar”.
Vivió de forma temporal en Medellín, Bogotá y Popayán, en Colombia. Trató de apuntalar el negocio de los dulces, pero no prosperó. Los paramilitares lo acusaron de ser informante del Ejército de ese país y tuvieron que cruzar la frontera hacia Tulcán.
Ahí fueron acogidos por la Pastoral Social Migratoria. “Durante un mes vivimos en una albergue y finalmente nos trasladamos a Ibarra donde nos establecimos”.
La Pastoral Migratoria tiene programas para brindar alimento, hospedaje y medicina a extranjeros solicitantes de refugio y refugiados. 600 familias se han beneficiado con las ayudas.
Otras 150 familias han sido seleccionadas para participar en pequeños proyectos de generación de ingresos y capacitación productiva. Mariela Jurado, coordinadora del proyecto Respuesta de emergencia y asistencia para recuperación para personas en situación de refugio (en Ibarra), dice que hay prioridad para las personas que no pueden conseguir empleo. “Necesitan mantener a sus familias” . Manuel es uno de ellos. “La Pastoral nos facilitó la mesa, la cocina, un bulto de maní, dos galones de aceite…, para que podamos sacar el negocio a flote”.
La microempresa funciona en un cuarto de 22 m². Está equipado con una cocina industrial, un tanque de gas y una mesa repleta de fundas plásticas y tijeras. Manuel dice que también se elaborarán caramelos, chicles, chocolates, entre otros.
La Pastoral también promueve otro tipo de proyectos, como la elaboración de prendas de vestir. En el cuarto piso del edificio de la entidad, el ruido de cinco máquinas de coser es continuo.
La instructora, Margarita Flores, revisa las blusas y pantalones que confeccionan siete mujeres. “Aquí me transformo en consejera para subir el ánimo de las compañeras, que han sufrido mucho por la guerra en Colombia”.
Una de ellas, María O., de 49 años, se especializó en la confección de ropa interior. Su esposo es su mejor asistente. Vende cada prenda a USD 2, en el mercado Amazonas, en el centro de Ibarra.
Así cubren los costos de sus necesidades básicas. Sueñan con tener, a corto plazo, un taller propio como el que tenían en Medellín. Escaparon de esa ciudad porque un grupo irregular les cobraba dos millones de pesos (USD 1 000) mensuales por garantizar su seguridad y la de sus hijos.