El ventilador, encendido a su máxima velocidad, no merma el calor que se concentra en la oficina del defensor público de Nueva Loja, Walter Lombeida.
Es una habitación pequeña, de 10 metros cuadrados, con paredes de color crema. Apenas alcanzan dos escritorios y un anaquel repleto de libros jurídicos. La única ventana da al interior del edificio, donde está el despacho, eso impide el ingreso de la luz.
Lombeida, de 33 años, lleva una camisa celeste que hace juego con el pantalón oscuro y los zapatos de tono similar.
El ‘look’ es clave para sentirse cómodo en el trabajo. Su misión, desde el 2003, es defender a las personas que enfrentan un juicio y que por falta de recursos no pueden contratar un abogado.
El defensor lleva una lista detallada de los casos que conoce. Entre ellos el juicio en contra del ex ministro de Defensa de Colombia, Juan Manuel Santos.
Lombeida, de cabello corto y mentón pronunciado, toma las fojas del caso y se arregla los anteojos para leer los escritos. Están impresos en hojas delgadas y escritos con letra diminuta.
“Santos está acusado por asesinato y yo fui asignado, de oficio, para defenderlo”, dice. “Al ex Ministro no se le garantizó el derecho a ejercer su defensa. No se le ha notificado, por ejemplo, las diligencias que se han hecho en el proceso y eso va contra la Ley”.
Con ese argumento, Lombeida logró revocar la orden de prisión que pesaba en contra de Santos. Confiesa que la primera vez que analizó el expediente pensó que “el juicio se archivaría”. Pero el resquebrajamiento de las relaciones diplomáticas entre Quito y Bogotá lo avivó.
Cuando no está en la oficina visita su lugar preferido: una quinta que adquirió en las afueras de la urbe. “Allí estoy en contacto con la naturaleza y me relajo”.
Aunque confiesa que el caso Santos le ha robado el sueño más de una noche. “Lo que aprendí en la universidad me ha servido mucho”, dice. Él viajó de Nueva Loja a Quito para estudiar Jurisprudencia en la Universidad Central. Se graduó en el 2001. Tuvo ofertas de trabajo en la capital, pero las rechazó porque quería retornar a Sucumbíos.
“No me enseñé al frío de la Sierra”, concluye Lombeida.