Silencio. Temor. En la cooperativa Realidad de Dios, en Balerio Estacio III, en el noroeste de Guayaquil, en esas calles llenas de polvo, el niño Jorge Briones Jiménez, de 4 años, recibió un disparo que lo mató.
Los vecinos no quieren hablar del tema. Lo evitan, como un mal estigma que si se rompe traerá más desgracias. El barrio es una de las tantas invasiones que rodean a Guayaquil. Uno de los vecinos, que prefiere omitir su nombre, recuerda lo que ocurrió el pasado jueves. El menor se encontraba en el interior de la vivienda de sus primos, jugando con una pelota. Frente al sitio vivía un hombre que no se sabe por qué fue atacado a tiros por otra persona. Escapando de su atacante, entró a la casa donde jugaban los menores. Cuando Jorge corrió a buscar una pelota en medio del cruce de disparos recibió un tiro en la cabeza.
El niño vivía en una casa de caña, junto a su padre jornalero y su madre, una ama de casa. Tenía dos hermanas, de 2 años y de 6 meses, respectivamente. El espacio no es mayor a 48 m², apenas tiene una cocina, sala y un dormitorio para toda la familia.
El pequeño no es el primero que muere por bala perdida. Aún se recuerda al hijo del periodista Rómulo Barcos.
Jorge Briones estaba por entrar al primer año de básica en la escuela pública del sector. El sábado, durante la mañana, su cuerpo fue llevado a Balzar, de donde proviene su familia, para su entierro. El sector se sumió en un incómodo silencio. No hubo niños jugando en las calles ni ventanas abiertas; hay miedo.