Anyelo Acosta, un capitán (r) del Ejército que en la guerra del Cenepa abasteció a los soldados luego del Miércoles Negro

Anyelo Acosta, capitán (r) del Ejército habla sobre su rol en la guerra del Cenepa. Foto: Diego Puente / EL COMERCIO

Lo que pasamos en la guerra del Cenepa es algo histórico. Hoy tengo 50 años y manejo la Dirección de Aviación Civil. Soy capitán en servicio pasivo del Ejército. Me gradué de subteniente de caballería blindada de la Fuerza Terrestre y realicé el curso de piloto de helicópteros en Guayaquil.
Me asignaron al área de Patuca (Morona Santiago) mucho antes de que se iniciara el conflicto. Entré en diciembre de 1994 para apoyar las operaciones considerando que el comandante de la Brigada 21 Cóndor tenía una zona muy extensa bajo su responsabilidad. Yo tenía 24 años y el grado de teniente.
Mi intención era quedarme un mes y me quedé 10 bajo el pretexto de que era el que conocía la zona. Pilotaba un helicóptero Lama.
Algo que me marcó fue al inicio de la guerra. Me llamaron para que fuera a Santiago (Morona Santiago) a sacar al primer herido. Era un soldado que había pisado una mina y salió solamente con un torniquete en su pierna, con todo destrozado desde la rodilla.

El uniforme y su pierna estaban estallados. Se podía ver el hueso, la carne, la sangre que goteaba. Pero estaba consciente.
Después de cumplir la misión me llamaron un par de horas después. Otra persona había pisado una mina y la volví a sacar. A diferencia de la primera, esta ya venía vendada.
Mi función en el conflicto, como trabajaba en un helicóptero, era de abastecimiento. Tenía que llevar municiones, víveres, armamento, detonantes, explosivos, medicina y personal. También debía sacar muertos y heridos de las zonas de combate.
Como era un helicóptero muy maniobrable siempre estuve en primera línea ingresando a Twintza, Base Sur o el Maizal (Morona Santiago).
Hay dos eventos que los tengo muy presentes. El primero se produjo en el sector de El Maizal. Ahí había espacio para que aterrizara un solo helicóptero pequeño. Además, era un punto importante, porque servía de abastecimiento antes de ir a Twintza.

Cuando llegué para la evacuación, otros soldados que habían estado en un enfrentamiento vieron al helicóptero y se subieron.
Estaba lleno y no podía despegar por el peso. Escuché que algo se golpeó y hubo vibraciones de la nave.
Hice que bajaran todos, desacoplé el rotor del motor para que paren las palas y fui a ver lo que había pasado.
Resulta que un soldado se cruzó por el motor de cola y le arrancó su mochila. Él tuvo suerte y no sufrió daños, pero dos palas quedaron en malas condiciones. Con ese daño normalmente es imposible volar, pero considerando donde estaba decidí encomendarme a Dios y volar para dejar libre el helipuerto.

Tenía recelo que se saliera el rotor de cola. Mientras volaba había vibraciones incontrolables y no pude aterrizar en el sector de Banderas.
Llegué a Patuca en una hora, cuando normalmente se tarda 35 minutos. El arreglo del helicóptero duró tres días con las palas que trajeron desde Guayaquil.
El otro evento, que es el motivo por el que me condecoran como Héroe del Cenepa, ocurrió un día después del Miércoles Negro (22 de febrero de 1995). Esa fecha se conmemora por un ataque peruano luego de haberse establecido previamente un cese al fuego (hubo 14 bajas ecuatorianas).
Nos dijeron que dejáramos de volar hasta que las fuerzas se puedan reorganizar. Pero la gente que estaba en el frente de batalla necesitaba medicamentos, raciones, municiones.
Hubo una misión que no tenía nombre. Pidieron un voluntario para sacar a los heridos y dejar armamento y provisiones.
Los comandantes no ponían hora ni plazo para cumplirla. Fuimos con un teniente y avanzamos en vuelo hacia el sector de Twintza.
Nos cubría un helicóptero artillado a cuatro kilómetros de distancia. Tenían la misión de defendernos y de avisarnos si algún proyectil había sido lanzado desde tierra.
Esa fue la misión más fuerte, porque estábamos seguros de que si lográbamos entrar al valle ya no podríamos salir.
Escribí una carta a mi papá en la que me estaba despidiendo indicándole cuál era la misión y que no estaba seguro si sobreviviría. Pero lo logré.
Estas son historias que ahora podemos contar, pero cuando lo vivimos fue distinto. Vengo de una familia en la cual todos somos de las Fuerzas Armadas.
Espero que no se vuelva a repetir nunca más una guerra, porque dejan secuelas fuertes. Las familias son las que más sufren, porque no tienen a sus hijos, a sus esposos o a sus padres vivos.
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