Desde su infancia, en sus juegos en La Magdalena, María Augusta Álvarez soñaba con vestir uniforme militar y saltar en paracaídas. Al terminar sus estudios en el tradicional Colegio 24 de Mayo no lo dudó: buscó los prospectos de la Fuerza Naval y convenció a sus padres para que la inscribieran en la Escuela Superior Naval, para oficiales de la Armada.
“La conocí cuando fuimos a dar las pruebas de ingreso en el 2002”, dice Gabriela Urquiza, vestida con uniforme negro, mientras forma una hilera en la plataforma de la Base Aérea de Quito, la calle de honor que anteanoche integraron jóvenes 11 oficiales de la Marina para recibir el cadáver de María Augusta. “Desde que la conocí nuestra amistad nunca se terminó. Por las noches pensábamos en nuestras familias; me apoyaba”, recuerda la militar y llora en silencio.María Augusta Álvarez murió el viernes, durante un entrenamiento de paracaidismo. Su paracaídas no se abrió y cayó desde unos 3 200 metros de altura, en el aeropuerto Torquemada, en Valparaíso, Chile. A ese país había llegado gracias a que ostentaba la primera antiguedad femenina de la promoción 62 de oficiales de la Armada. Por sus altas calificaciones obtuvo una beca para estudiar ingeniería electrónica en la Academia Politécnica Naval de la Armada de Chile. Cursaba el primer año y decidió aprovechar el tiempo libre en un curso particular de paracaidismo en Valparaíso. Su primer salto fue fatal.
Por eso, a Susana Bayas, abuela de María Augusta, jamás le gustó la idea de que su nieta fuera militar. “Cuando se decidió por esa profesión no me encontraba cerca de ella para aconsejarle. No le hubiera dejado seguir. Siempre presentía que algo iba a pasar. No me gusta la vida de sufrimiento del militar”, refería Bayas, mientras esperaba el aterrizaje del avión de la Fuerza Naval de Chile que trasladó el féretro de su nieta.
El arribo del cadáver estaba previsto para las 23:30 del martes, pero el vuelo se retrasó. Las autoridades ecuatorianas tramitaron la repatriación en la Primera Zona Naval de la Armada de Chile. “Las gestiones han demorado debido al feriado en ese país”, explicó el embajador de Ecuador en Chile, Francisco Borja.
El avión arribó a las 00:00. El mando de la Fuerza Naval, amigos y familiares recibieron a María Augusta, quien tenía 26 años y soñaba con convertirse en la primera comandante de la Marina; era la primera mujer graduada como oficial tras cursar cuatro años de estudios en la Escuela Superior Naval, en Salinas.
La alférez María Augusta Álvarez era quiteña. Vivió en El Tejar y en La Magdalena, en el centro y en el sur de la capital. Su prima, Shirley Álvarez, de 27 años, vivió con ella de 1984 a 1989, en casa de sus abuelos paternos. “Éramos inseparables. Jugábamos a las escondidas y a las cogidas”.
Evoca que su prima era una buena alumna. Estudió la primaria en la Escuela Alejandro Cárdenas, en el centro de Quito.
“Era alegre y solidaria”, recuerda Urquiza, quien cuenta que antes de viajar a Chile su amiga la llamó para despedirse. “Nos manteníamos en contacto de forma permanente por Internet. A veces hablábamos por teléfono. Cuando falleció, sentí un vacío inmenso en el interior de mi cuerpo”.
Susana Bayas admite que siempre fue complicado hacerle desistir a su nieta de su pasión por la Marina. “Una vez, cuando María Augusta acompañó a su madre (Viviana Zapata, maestra de escuela) a dar clases en la localidad de Villegas, cerca de La Concordia, sintió una alegría inmensa al ver un río que cruzaba por ese lugar. Ahí dijo por primera vez que su vocación sería el mar”, cuenta, con la mirada perdida.
Pasada la medianoche, el cuerpo fue desembarcado del avión por seis militares. La madre de la joven oficial recibió un uniforme y su padre, Hermes Álvarez, la bandera de Ecuador. Entonces, los marinos presentan armas y el féretro fue trasladado al camposanto Monteolivo.
Entonces, Gabriela Urquiza hace una promesa. Asegura que también seguirá un curso de paracaidismo y que el primer salto lo dedicará a su compañera de camarote, María Augusta.