El libro está dividido en tres grandes capítulos: Los inicios de Roma, Arte Etrusco y Arte Romano; el último es el más extenso, pues contiene ensayos, claros y didácticos, de la Arquitectura -tipología de edificios, construcciones religiosas, construcciones urbanas, construcciones lúdicas y de conmemoración; la Escultura comprende: El retrato romano, los períodos de los Flavios, de Adriano, de los Antoninos, de los Severos, de Constantino. Los relieves de los sarcófagos y de la historia se encuentran en este ejemplar.
La pintura romana fue singular. Y encuentra en el mosaico su máxima expresión.
El arte griego y el romano son imprescindibles y necesarios.
Hablar de arte romano es hacerlo de muchas expresiones artísticas que a veces se parecen poco unas a otras, que se han sucedido durante muchos siglos (quizá desde el VII a.C. hasta el V d.C). Tienen, como denominador común, su origen en la Península Itálica y, especialmente, en esa zona central de la Península que conocemos como el Lacio (Lazio en italiano y Latium en latín) y que fue germen y capital de uno de los mayores imperios que ha conocido la humanidad.
En aquel centro geográfico nació Roma, una ciudad que extendió su poder sobre el resto de los pueblos itálicos y sobre todas las riberas bañadas por el mar Mediterráneo. Roma extendió su lengua, su derecho y su religión por toda la cuenca mediterránea conocida como Mare Nostrum.
A Italia llegaron en la Edad de Bronce diversas oleadas de pueblos indoeuropeos (campanos, latinos, oscos, sabinos, samnitas, umbrios…), que formaron los llamados pueblos itálicos, de allí procede el nombre de Italia.
El libro ofrece una reseña de Adriano, un emperador culto y apasionado por el mundo griego.
Él se hizo construir en Tívoli la que acaso fue la más extraordinaria de las villas imperiales. Las ruinas actuales recuerdan las colosales y fastuosas construcciones, la lujosa residencia, los aposentos.