Después de que un grupo indígenas se tomó la iglesia de Santo Domingo, en Quito, comenzaron los diálogos entre la Conaie y el gobierno de Rodrigo Borja. Foto: Archivo/ EL COMERCIO
La movilización de la Conaie de 1990 cambió para siempre el debate político.
A finales de mayo y principios de junio de 1990, se estaba disputando el Mundial de Fútbol en Italia; en París, Andrés Gómez ganaba por primera y última vez -para él y para el país- un Grand Slam de tenis, Roland Garros. El Muro de Berlín ya había caído y la izquierda marxista, ofuscada en medio de la Perestroika y la Glasnost, divagaba en busca de alguna respuesta. Pero en Ecuador, pueblos milenarios daban un frescor a la discusión de lo nacional y modificaron para siempre el escenario de la política y de la sociedad.
Hoy, 28 de mayo del 2015, se cumplen 25 años del levantamiento indígena. Y si fue algo que asombró a la ciudadanía que vio por primera vez a miles de indígenas en la capital y en las rutas del país, también sorprendió al gobierno de Rodrigo Borja. Eso recuerda Andrés Vallejo, quien fue su ministro de Gobierno: “Podría decir que hasta fue una ingenuidad porque no supimos nada hasta que se tomaron Santo Domingo”.
Pero esto, contrariamente a lo que podrían pensar muchos, fue para Vallejo el signo de la vida democrática que vivía el país en esos tiempos: “Quiere decir que no nos dedicábamos a controlar ni espiar a la gente”.
Los nombres de Luis Macas, Blanca Chancoso y Nina Pacari se convirtieron en los referentes de los levantados.
Salvador Quishpe, actual prefecto de Zamora y perteneciente al pueblo saraguro, como Macas, tenía 18 años cuando ocurrió el levantamiento. Y una de las cosas que recuerda es que en los pueblos del sur del país se escuchaba de la existencia de alguien que ya se les configuraba como legendario.
Un tal ‘Taita Luis’ estaba viajando por las provincias para organizar este acto de resistencia, que “cambió para siempre en el país sus viejas estructuras, aunque aún queda mucho por hacer”, dice.
Pero a Macas no le gusta que recuerden el levantamiento como algo que vino de su mano, de la de Pacari o de Chancoso porque fue el resultado del trabajo comunitario, “que felizmente en esas épocas aún se vivía, y que aún se vive ahora”. Aunque advierte una diferencia: la apropiación que el Gobierno ha hecho del término Sumak Kawsay o Buen Vivir.
El error fundamental, entiende Macas, es que este concepto que nació de las comunidades indígenas es precisamente una negación de cómo los indígenas conciben el desarrollo, que difiere totalmente del que impone el Gobierno. “Ahora el referente del desarrollo viene de paradigmas desde fuera. Es que es obvio, pero si no tenemos consideración de todos nuestros valores identitarios, propios, mal podemos hablar de la sociedad en su conjunto hacia el desarrollo”.
Pero Andrés Vallejo sí recuerda a Macas. Y también a Chancoso. “Nina era aún muy joven”, dice. Y también tiene memoria de la tranquilidad que mostraban estos tres dirigentes: “Eran muy bien estructurados, serenos y, a la vez, firmes. Por eso el diálogo tuvo momentos de mucha tensión que hasta me vi obligado a dar un manotazo en la mesa”.
Paco Moncayo, ya general del Ejército en 1990, recuerda que en Chimborazo los militares fueron cercados por los indígenas, “pero jamás dispararon contra ellos”. Y eso, para él, es la marca del cambio que dieron en el país.
Desde el levantamiento comenzaron a incorporarse en el léxico político ecuatoriano términos como intercultural y plurinacional, ahora reconocidos en la Constitución. Y a nadie le extraña que sean actores políticos: lucharon en contra de la dolarización, fueron predominantes en las caídas de Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad (2000), constituyeron su partido político (Pachakutik) con la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie) como su fuerza dominante. Y también fueron parte del gobierno de Lucio Gutiérrez, que sería su mayor error histórico.
Sin embargo, Moncayo prefiere destacar dos cosas que considera trascendentales para la historia: los indígenas, sobre todo los amazónicos, fueron fundamentales en la defensa del territorio nacional durante el conflicto del Cenepa (1995), con los Iwias y los Arutam, que se unieron voluntariamente al Ejército por su experticia en el territorio selvático.
Además, el proceso de participación política y el reconocimiento de sus derechos, que comenzó con Borja a través del diálogo, permitió que no se transformaran en factores de subversión armada, como sí ocurrió en otros países de la región. Así, el gobierno socialdemócrata que rigió en el país desde 1988 hasta 1992, entregó los territorios a los pueblos y la sede a la Conaie para que sigan avanzando en su organización.
“A nadie se le podría ocurrir que la Conaie no sea un movimiento con finalidades políticas. La sede que entregamos lo hicimos porque sabíamos eso”, dice Vallejo a propósito del desalojo que pide el Ministerio de Inclusión Económica.
Pero la Conaie no celebrará hoy. No hubo acuerdos al interior de la organización para ello. Lo harán a principios de junio. “Los reclamos por la tierra siguen y aún hay injusticias para nuestros pueblos”, dice otro líder histórico de los indígenas, Delfín Tenesaca. Y añade: “Los tiempos son cíclicos, tendremos que volver a levantar nuestra voz”.