Eran dos. Las únicas que funcionaban en el Centro Histórico de Quito. Pero harán seis meses que se sumaron tres rocolas más. La idea, a corto plazo, es repoblar este sector con las tatarabuelas de la música en la red.
Quizá los jóvenes solo las hayan visto en algunas películas, pero estos aparatos que contiene discos con distintas canciones y se pueden escuchar introduciendo una moneda aún suenan en el corazón de la capital. Y tienen sus adeptos.
Viniendo desde el sur, a la altura de la parada Cumandá del Trolebús (av. Maldonado), está la primera máquina de música que pese al tiempo sigue funcionando en el local de hervidos de naranjilla Tropical.
Ruth Borja es la propietaria del lugar y admite que sus clientes llegan, de martes a sábado, a probar la bebida tradicional y a escuchar algunos de los 60 temas de antaño que guarda su dispositivo. Antes de marcharse, casi siempre el visitante se hace una foto junto a ese aparato de 65 años.
La segunda pieza también impresiona, fue hecha en 1958. Está en el restaurante Hasta la Vuelta Señor, del Palacio Arzobispal. Con un sucre (antigua moneda de curso legal de Ecuador) puede elegir su canción, desde los pasillos de Julio Jaramillo (Fatalidad, Pasionarias…) hasta los temas emblemáticos de Elvis Presley (Kiss me Quick), Rolling Stones (Angie), Beatles (Let It B)…
Marco Bedoya, gerente del sitio, cuenta que su apreciada máquina es de marca AMI y todas sus partes son originales. Los discos que en su vientre están eran de su abuela; la mujer solía alquilaba esos aparatos en el Quito de la década de los 60-70.
Las últimas rocolas en hacer su entrada al Centro de Quito fueron las tres del Museo-Escuela del Pasillo, ubicado en el edificio esquinero de las calles García Moreno y Bolívar. Ninguna pasa desapercibida, sobre todo aquella que tiene alma de karaoke y que está en el área didáctica.
Ricardo Rivadeneira, museógrafo encargado del montar del repositorio de música tradicional ecuatoriana, fue el encargado de transformarla con la idea de enamorar a los jóvenes con los géneros autóctonos. Y lo consiguió porque son los chicos, agrega, quienes más la usan.
Marco Bedoya cuenta que su apreciada máquina es de marca AMI y todas sus partes son originales. Foto: Betty Beltrán / EL COMERCIO
Para hacer todos esos cambios se la desarmó; el proceso demoró tres meses, antes hubo un estudio con musicólogos, investigadores y compositores. Luego se desarrolló un espacio computarizado para escoger la canción; la letra se proyecta en un teleprom para que el usuario puede cantar. Al final, una cámara le toma una foto para su Facebook.
Otra de las rocolas del Museo está en la sala sensorial y es de tipo expositivo-museable, para ver cómo funciona. Y la tercera se ubica en la cantina El Aguacate, en donde se realizan las presentaciones en vivo.
El último reducto de estos dispositivos en el Ecuador está en la provincia del Azuay (Cuenca, Gualaceo y Paute), cuenta Luis Sumba, uno de los técnicos más reconocidos. Lo sabe porque él es quien las busca por todo el país; suele encontrarlas muy apolilladas en Guayas y Los Ríos, y una vez arregladas las vende hasta en USD 1 200.
Sin embargo, hay otras más costosas; por ejemplo, de la marca Wurlitzer, Seeburg, AMI Rowe… El precio de las pequeñas (1.20 metros de altura por 90 centímetros de ancho) puede estar entre USD 2 500, pero las que tienen neones estarían en más de USD 5 000.
Las primeras rocolas con el concepto de poner una moneda fueron de fines del siglo XIX, en Estados Unidos. Se fueron perfeccionado hasta que la compañía David Rockola produjo unas más vistosos, menciona Mario Godoy, musicólogo y director del Museo del Pasillo.
Antes de la Segunda Guerra Mundial hubo el primer boom de estos aparatos, incluso una que otra llegó al Ecuador. Sin embargo, en los años 50 fue la fiebre, primero en la Costa y luego en la Sierra. Aunque en los 70, la empresa J.D.Feraud Guzmán las ubicó en lugares estratégicos de las ciudades.
Una vez que los discos compactos ingresaron con fuerza al Ecuador, las rocolas perdieron audiencias y comenzaron a desaparecer. Actualmente están entre los anticuarios y cinco de ellas suenan en el corazón del Centro de Quito.