Así era Quito antes de la llegada de los españoles

En Rumipamba hay réplicas de cómo eran las casas entre los años 900 y 1 250. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.

En Rumipamba hay réplicas de cómo eran las casas entre los años 900 y 1 250. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.

En Rumipamba hay réplicas de cómo eran las casas entre los años 900 y 1 250. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.

Imagine que toda la mancha urbana de Quito, las casas y calles, las luces y las personas desaparecen y solo queda un llano rodeado por cordilleras, con una gran laguna en el centro, desde donde empieza el Parque Bicentenario, pasando por Iñaquito, hasta la Orellana. Sin el ruido de los autos, sin iglesias, y sin avenidas. Así era esta ciudad mil años atrás, mucho antes de la llegada de los españoles.

En Quito hay dos lugares que muestran las investigaciones sobre el desarrollo de la sociedad desde sus primeros habitantes: los museos de sitio de Rumipamba y La Florida. A Daniel Ávila, le apasiona hablar sobre los indicios de los dos principales asentamientos de Quito. Él es el encargado de hacer las guianzas a quienes llegan al lugar. Explica que el primero data de hace 4 200 años. Allí se crearon las bases de la sociedad actual.

De ese entonces, hay el vestigio de una casa cuadrada hecha de lodo con techo de paja. Los pobladores, posiblemente, andaban desnudos, pero usaban pieles de animales para cubrirse del frío de la ciudad.

Vivían de la cacería de venados y llamas. Y sus herramientas eran de piedra y de palo. Ávila indica que el mayor avance en esa época fue la domesticación del fuego.

Pero no fue sino entre los años 900 y 1 250 que la organización social empezó como tal. En el museo de Rumipamba hay espacios que conservan intactas las huellas de las casas y de sitios de trabajo de aquella época. En un espacio de tierra se ven los bohíos y las tumbas, por lo que se sabe que las viviendas tenían máximo cuatro metros de diámetro y que los cuerpos de los familiares eran enterrados junto a las casas o dentro de ellas.

Los restos arqueológicos dan cuenta del cambio de vida de los primeros pobladores de Quito. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO

Los hogares eran circulares y, a diferencia de las primeras, tenían postes en las paredes lo que les daba mayor resistencia. Estaban hechos de chocoto (lodo, ceniza, tierra negra, agua y paja) y bahareque.

Tenían un solo ambiente. En la misma habitación cocinaban, almacenaban los productos y dormían. Así podían preservar el calor del fuego.

También hay evidencia de que en esa época ya sabían manejar la tela. La sociedad era tan avanzada, dice Ávila, que no todos vestían iguales y utilizaban frutos como el tocte, para hacer colores y diseños geométricos en las prendas.

Imagen de los restos que quedaron de una vivienda en el Museo de Rumipamba. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO

En esos espacios se encontraron huesos de cuyes y restos de maíz carbonizado.

La muerte, en ese entonces, era concebida como una puerta, una transición. Para entender ese concepto es necesario visitar el museo de sitio La Florida, ubicado en el barrio San Vicente. Liliana Ramos es la encargada de explicar a los visitantes cómo se celebraba esa despedida hace mil años.

En este lugar se encontraron 30 cuerpos enterrados en fosas circulares de 16 metros de profundidad. El hallazgo fue casual, mientras se realizaba remoción de tierra para una construcción, en los años 80.

Los restos fueron analizados y la forense Paola León determinó que fue muerte natural, lo que indica que en ese cementerio no hubo sacrificios humanos. Las personas eran enterradas con prendas funerarias de spondylus (una concha que venía desde la Costa), en posición sedente (con las piernas dobladas hacia el pecho), y con una mortaja alrededor de la cabeza porque había la creencia de que si se quedaba con la boca abierta, iría llevando a todos a la tumba.

En el Museo de La Florida existen restos arqueológicos, en donde se pudo conocer sobre las prácticas funerales de los primeros habitantes de Quito. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO

Esas familias quiteñas trabajaban con anticipación todas las prendas para el funeral del cacique. Era una especie de capa que tenía en el pecho un pectoral de oro y cobre.

Se lo enterraba lleno de joyería, con discos, narigueras, prendedores y más. También se encontraron platos donde ponían bebidas, porciones de papa y quinua. Los hallazgos evidencian que las personas de aquella época conocían de botánica y curaban con hierbas.

Ramos cuenta que en ese entonces, las familias se movían de acuerdo con las erupciones volcánicas. Buscaban sitios seguros donde podían vivir de la agricultura.

Ambos museos muestran cómo era el Quito preincásico. La evidencia encontrada revela que los primeros habitantes se asentaron también en Tajamar, Cotocollao, Zámbiza, Cocotog, y en Jardín del Este y La Comarca (Cumbayá).

Los fallecidos eran sepultados con prendas que tenían la concha espondylus. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO

La llegada de los Incas cambió radicalmente la estructura de esas culturas. Juan Paz y Miño, historiador, cuenta que en la época incásica, el centro de la ciudad fue un espacio ceremonial. El palacio de Huayna Cápac estaba localizado en ese sector, y algunas de esas piedras sirvieron para que en la época colonial se construyeran edificios, templos, e incluso el mismo Carondelet.

Varios de sus trazados continúan vigentes. De hecho, el Camino del Inca es considerado patrimonio de la ciudad. Investigaciones han revelado evidencias físicas de la ciudad Inca en el Centro Histórico, en El Placer, La Chorrera, San Roque y Chimbacalle.

Con los Incas llegaron conocimientos, una organización social y una nueva forma de comunicación. Se edificaron templos que años después fueron desmontados y enterrados con la llegada de los españoles.

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