La Plaza Foch es un espacio donde hay agresiones de tipo sexual. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Un piropo subido de tono que cruce el límite del halago y caiga en lo vulgar es una forma de violencia sexual. Pero también un gesto obsceno, un roce incómodo, incluso una mirada inapropiada pueden ser considerados como acoso o agresión.
En Quito, ese tipo de situaciones se registra con gran frecuencia en el espacio público. Por un estudio realizado en el 2017 por la Secretaría de Seguridad del Municipio, se identificaron como lugares conflictivos a la Plaza el Quinde (en la Foch), La Jota de Solanda y La Carolina. Los tres tienen algo en común: son lugares de aglomeración.
De hecho, el 25,9% de los casos de ese tipo de agresión tiene lugar justamente en la calle.
De eso da fe Gabriela Parra, de 19 años, quien vive en el sector de La Mariscal, zona rosa de Quito. Cuenta que todos los días debe soportar agresiones verbales por parte de jóvenes que acuden al lugar a divertirse y de vendedores ambulantes que se ubican en las calles que rodean su casa.
Le avergüenza repetir las frases que a veces debe escuchar. Dice que se refieren a sus partes íntimas, y que a veces están acompañadas de gestos, más aún cuando las personas están bajo efectos del alcohol. Sin embargo , no lo ha denunciado.
Debe cruzar a diario por la plaza El Quinde, dice, porque prefiere soportar el palabreo, que arriesgarse a que la asalten por otras vías donde hay poca gente.
En el parque La Carolina la situación es similar. Jaz Rojas, quien todos los días luego del trabajo trota en este lugar, cuenta que se siente incómoda por comentarios que recibe, en especial de vendedores ambulantes, y de ciertos grupos de personas que acuden los fines de semana.
“Yo troto con un grupo de amigos y jamás he recibido una ofensa de algún deportista. Pero cuando se nos hace de noche, preferimos no pasar por sectores poco iluminados para evitar problemas”.
En La Jota, en cambio, el problema es la cantidad de visitantes debido a su carácter comercial. Para María Gualo, presidenta del pasaje N7, en Solanda, el problema es que las personas piensan que ese tipo de violencia es normal , por lo que no se denuncia. “A mi hija le tocaron los glúteos y llegó llorando a la casa. Desde ese día, mi esposo le sale a ver a la parada cuando llega del colegio”.
Raúl Tapia, director del observatorio Metropolitano de Seguridad Ciudadana, quien estuvo a cargo del estudio, explica que esta investigación reveló que 4 de cada 10 personas en Quito han sido víctimas de ese tipo de violencia en el último año. En el 70% de los casos el agresor resultó ser un desconocido.
Se han registrado agresiones también en el barrio donde vive la víctima, en los mercados y en la terminal terrestre.
Según Juan Zapata, secretario de Seguridad, gracias al diagnóstico se puede atender más eficientemente esa problemática. El Municipio emprenderá campañas de sensibilización y reforzó los seis centros de equidad y justicia y una delegación.
La Dirección de Gestión de Servicios de Apoyo a Víctimas de Violencia, contó con un presupuesto de USD 397 536.
En las zonas conflictivas, dice Zapata, se reforzará el control. Y se aprovecharán las 259 cámaras en los mercados y las 400 que son espejo del 911.
Tapia hace una diferenciación: la violencia con palabras se da en espacios abiertos, mientras que la agresión con contacto, en buses. De hecho, seis de cada 10 usuarios del transporte dicen haber sido víctimas de acoso.
El estudio reporta que 9 de cada 10 personas que han sido víctimas de ese tipo de violencia no denuncian el caso. El 30,7% considera que la agresión no fue grave, el 6% siente vergüenza, y el 3 tiene miedo.
Además de las vías y plazas, el segundo lugar donde ocurren estas escenas de b es en el bus de transporte público (23,9%), Trolebús (20,4%)y la Ecovía (16,4%).
El proyecto Bájale al Acoso busca frenar ese tipo de situaciones. En el último año se han recibido 1 338 reportes de acoso , 44 casos se han judicializado y se ha logrado 10 sentencias condenatorias.