En el taller de Vinicio Cela no solo es conocido por la forja y reparación de herramientas de hierro. También porque allí se vende el agua de acero, para templar los nervios y fortalecer el corazón, principalmente.
En la sección mecánica y cerrajería de la plaza Arenas, en las calles Manabí y Galápagos, todo el día se oye el agudo sonido de combos sobre el hierro al rojo vivo.
En la cerrajería de Cela hay un fogón encendido en un rincón. Con él trabajan Francisco Morales y Abdón Esparza.
Afuera, en el último corredor de la plaza comercial, Rosalva Calderón espera sentada en una silla plástica. Es la primera vez que ella va a probar el agua de acero.
Esparza trabaja como herrero desde hace 15 años, pero él asegura que conocía las bondades del agua de acero desde mucho antes. “El agua de acero sirve para curar los nervios y el corazón”.
En el taller se hace una pausa para poner al fuego cinco barras de acero. Mientras las barras se calientan, Esparza cuenta que antes de trabajar como herrero, laboró como guarda de estanco, tejero, aserrador, chofer, profesor, agricultor y albañil.
Más de la mitad de sus 77 años vivió en Cahuasquí, una comunidad en la provincia de Imbabura. Ahí, más por curiosidad que por necesidad, como él dice, aprendió a forjar el hierro con el maestro Rafael Gavilánez, a quien recuerda con nostalgia.
Entre sus dedos, endurecidos por el fuego y la manipulación del metal, sostiene un cigarrillo Philip Morris. La edad y un reumatismo de 11 años le han restado fuerzas, pero no el ánimo de seguir trabajando.
Él no es el único que prepara el agua de acero. Con unas pinzas, Cela retira del fuego una barra metálica. Su rostro se enrojece por el calor. La incandescencia del metal se apaga cuando la sumerge en un balde con agua, mientras una nube de vapor se dispersa en el ambiente.
Luego de unos 15 segundos, el acero se enfría y el herrero repite la operación con las otras barras. En el balde, el agua empieza a hervir y está lista para beber.
Utilizando un embudo, llena un envase de cinco litros. “Cada poma cuesta USD 5”. El vapor del agua que sale del balde atrae a Dolores Calero, quien también trabaja como cerrajera. Cela no duda en ofrecer un vaso de agua de acero a su vecina. El líquido no tiene un sabor en particular, pero sí un ligero olor mineral.
Antes de pagar, Calderón confiesa que fue a buscar el agua no solo para remediar sus nervios, también para buscar alivio al mal de amores. Cela no se lo garantiza, pero le recomienda que beba al menos un vaso diario por nueve días. “El efecto solo se siente si la persona que consume el agua tiene fe y cree en sus beneficios”.
Calero asegura dar fe de lo dicho. A sus 75 años aún corta, dobla y remacha las piezas de tol que luego transforma en pequeños asaderos de latón. Cada vez que Cela prepara el agua para algún cliente, Calero se acerca a tomar la extraña bebida.
Entre los hierros y herramientas se ve una figura conocida. Luego de sacudir el polvo, Cela levanta un Quijote de hierro. No obstante, confiesa que lo que sostiene el negocio es la fabricación y reparación de herramientas de agricultura, construcción, jardinería y zapatería. Hacer agua de acero también es un pasatiempo más que un negocio. En un buen día vende hasta tres pomas.
Calero se va con su poma de agua y en el taller, los herreros continúan dando forma a sus herramientas a golpe de combo.