Desde la esquina de la calle Rocafuerte y García Moreno, María Dolores Oña, de 68 años, miraba con asombro cómo por esta estrecha calle y bajo una ligera llovizna avanzaba una procesión. “Llevan un ataúd, algún muertito ha de ser”, comentaba la mujer en voz baja.
Oña abría la puerta de su casa y les gritaba a su hija y nietas que bajen a presenciar la marcha fúnebre. Ellas, al igual que otros vecinos del Centro Histórico, se mostraban sorprendidos al ver a cerca de 50 personas caminar junto a un ataúd y detrás de ellas una banda interpretando sentidas melodías con temas fúnebres populares.
La lluvia caía un poco más fuerte, pero no era impedimento para que los asistentes continúen con el recorrido. Cubriéndose con un paraguas, Juan Carlos Morejón y su esposa Laura Sasig caminaban y trataban de prender una vela, una misión difícil por la fuerza del viento.
Oña, su hija y sus dos nietas caminan detrás de ellos. No sabían con exactitud qué pasaba. La mujer de cabello blanco murmuraba algunos recuerdos de su juventud.
“Cuando era niña, los entierros eran en la noche. Todos los del barrio salíamos a despedirnos del difunto”, contaba.
Pero con el paso del tiempo, esa tradición se fue perdiendo, reiteraba la mujer. Con esa opinión concuerda Ricardo López, de la Red de Museos del Centro Histórico.
La marcha fúnebre fue organizada por la Red de Museos, que ha preparado una agenda de actividades para reflexionar sobre la muerte. López asegura que el propósito es rescatar las tradiciones que existían en Quito en cuanto a la muerte y el rito del entierro.
Él vestía un traje negro, al igual que los demás acompañantes del grupo. Algunas mujeres usaban un velo negro y en las manos sostenían un rosario. Encabezando el recorrido está, vestido de blanco, el animero. Él se encarga de pronunciar algunos rezos para que los asistentes los repitan.
Detrás de ellos van cuatro hombres que en sus hombros llevan los extremos de un ataúd (réplica de los que se utilizaban en el siglo XIX).
Mientras avanzaban con lentitud, en el rostro de Oña se dibujaba una sonrisa. “Que bonito que los jóvenes traten de rescatar estas tradiciones. A los muertos les velábamos tres o cinco días, nos quedábamos a dormir con ellos. Ahora, eso en las funerarias está prohibido”, contaba. La procesión, que se realizó en la noche del martes, llegó a la iglesia de La Compañía. Allí se cumplió un simulacro de entierro.
Para los próximos días, hasta el 3 de noviembre, están previstas visitas guiadas por los museos del Centro.