Dos personas que no usan correctamente la mascarilla caminan en el barrio Julio Zabala, parroquia de Calderón. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Impotencia e indignación. Esos sentimientos acompañan a los dirigentes de tres barrios del sur, norte y centro de Quito. Parte de sus vecinos perdió el miedo al covid-19 y desoye las recomendaciones para evitar su contagio.
Son barrios que están en las parroquias con el mayor número de casos: Chillogallo Central, en Chillogallo; Julio Zabala, en Calderón; y La Playa, en el Centro Histórico. Hasta ayer 20 de enero del 2021, en estos tres sectores sumaban 13 848 positivos, de un total de 75 710 en todo Quito.
El ECU 911 registró el último fin de semana 111 fiestas clandestinas y 1 152 personas que bebían licor en la vía pública.
La justificación de la población que irrespeta las medidas de bioseguridad es “de algo te has de morir”, asegura Alberto Narváez, epidemiólogo de la Universidad Central. Como hubo tres meses de muy baja transmisión (entre septiembre y noviembre), “entre la gente se creó una falsa confianza de que no pasaba nada y que no era necesario protegerse”.
Quienes más desoyen son las personas que viven del día a día y deben salir de casa para trabajar y mantener a sus familias; también están jóvenes que no se sienten amenazados por la muerte. Chillogallo Central es uno de los sitios más grandes del sur. Con la pandemia, el lugar se transformó en un foco de miedo y de casos covid-19. Así lo afirma Ana María Vargas, presidenta del barrio que aglutina a unas 6 500 familias.
En las calles principales del sector -Luis López, Mariscal Sucre, Manuel Coronado y Joaquín Ruales- se observan cientos de puestos informales.
Las autoridades saben de esa realidad y aún no encuentran la forma de reubicarlos en los mercados que están cerca: Las Cuadras y Santa Marta. En los puestos improvisados se venden pollos, mascarillas, legumbres, ropa; es un mercado al aire libre que funciona todos los días, de 08:00 a 21:00.
Cuando se camina por esas vías se ve a personas sin mascarilla y tan juntas que se rozan. “Son unos 300 puestos y los comerciantes se enfrentan con los residentes que se atreven a reclamarles que no se pongan en las puertas de sus casas”.
Vargas explica que en octubre se hicieron 1 000 pruebas de covid-19 en la zona y el 42% dio positivo. De ese total, 200 test eran para los informales, pero solo 15 personas aceptaron practicárselas; su argumento fue: “no necesitamos ninguna prueba, no creemos en eso”.
En el norte, algo similar se vive en el barrio Julio Zabala, cerca de Carapungo. Allí son los jóvenes quienes “beben en las calles, andan sin mascarilla”, comenta Margot Sierra, exdirigente. Cuando una persona les llama la atención se ganan respuestas como: “qué les importa”, “no sean metidos”.
Los “desobedientes” de este barrio -de 40 años de vida y unos 6 000 habitantes-, suelen ir en grupos y caminan por las calles principales de las zonas Los Arrieros y Atahualpa. Es algo que ocurre todos los días a distintas horas. Llegan también de sectores colindantes: Reina del Cisne, Siglo XXI, San Ignacio, Los Eucaliptos…
En el Casco Colonial hay otro barrio con esas complicaciones, se llama La Playa y está cerca del Centro de Salud El Panecillo. El sector tiene más de 80 años de vida y ahí viven unas 1 000 personas, cuenta Pedro Rivera, presidente.
A más de las fiestas que se organizan en los domicilios, están los partidos de fútbol de viernes a domingo, en la cancha que allí existe. Hace unas semanas, en el barrio tuvo lugar un accidentado operativo en el que vecinos agredieron a agentes con palos y piedras.
“La gente ha entrado en una desobediencia total, no colabora ni por el bien de sus familias peor por el sector, consume licor y de todo”, apunta Rivera. Y como dirigente prefiere mantener un perfil bajo. “No puedo exponerme con gente que no le importa nada y no se cuida”, dice, lamentando lo ingrato que ha sido ser líder en tiempos de pandemia.