El primer piso de la nueva biblioteca de la Universidad Católica es una sala amplia, muy amplia, con estantes repletos de libros y bien organizados en la parte central. Los alumnos ingresan, se fijan en un rótulo adherido a uno de los pilares y se dirigen a buscar el texto de consulta.
En los rótulos se explica de manera didáctica el lugar donde están los libros de computación, física, matemática, química, etc. Una vez que los alumnos encuentran el material de consulta, se dirigen a las elegantes mesas redondas de madera distribuidas en los costados de la sala.
Otra opción es ir a las cómodas butacas que están al fondo. Allí, los estudiantes hasta pueden acostarse para leer. Si necesitan una computadora, en uno de los ambientes hay módulos equipados con esa máquina y acceso a Internet. Hay quienes no toleran el mínimo ruido mientras leen, para ellos están habilitadas cabinas con puertas y paredes de vidrio.
También hay cabinas más amplias, exclusivas para los trabajos en grupos de hasta 12 personas. Luego de consultar, los estudiantes dejan los libros sobre las mesas donde trabajaron o en unos coches dispuestos en sitios estratégicos de la sala. Esa es una de las normas en la biblioteca. El propósito es que los empleados los recojan y los coloquen en el lugar exacto, de acuerdo con el código.
Lissette Romero se matriculó en la Universidad hace seis meses y la biblioteca es el espacio que más le ha sorprendido. El jueves en la mañana hacía un trabajo sobre el análisis y la interpretación de textos. Se mostraba muy relajada, a pesar de la dificultad de la tarea, común en el primer año de estudio de Psicología. “No es para menos, es de lujo aprender en un espacio tan acogedor”.
La biblioteca de la Universidad Católica tiene cinco pisos. En el subsuelo está la hemeroteca, con 1 873 títulos de revistas y el archivo de los principales periódicos del país y de la ciudad.
En el último piso (la terraza) funciona la sala de tesis, donde están almacenados 12 153 trabajos de investigación realizados por los estudiantes, antes incorporarse. Además, hay salas para seminarios y tutorías.
En la terraza, el ambiente es diferente al resto de pisos. La luz natural se filtra por el techo translúcido y se puede salir al amplio balcón, desde donde se tiene una atractiva vista de Quito. Hay estudiantes que optan por leer con ese fondo quiteño. El jueves último hacía sol y, a ratos, corría un viento frío. Miguel Alcívar bebía una gaseosa y sin desprender la mirada del texto comentaba que en esas condiciones es más divertido estudiar.
Andrea Clavijo hurgaba entre los archivos de los periódicos. No buscaba noticias, su interés era encontrar avisos clasificados relacionados con el empleo. En la parte posterior de la hemeroteca, al costado derecho, sobre una mesa pasaba las hojas de los diarios y cuando pescaba información la subía al disco duro de su computadora, con ayuda del Excel. Ella estudia Economía y prepara un trabajo sobre los índices de empleo y desempleo en el país.
El silencio reinaba en la sala y junto a su mesa de trabajo, sobre el piso limpio y bien cuidado, reposaba un aparato negro. Era un extractor de pelusas. Algunos están instalados en los contornos de la zona de estantes, en los cinco pisos, para proteger los libros.
Un promedio de 5 000 personas visita cada día esta biblioteca. Está abierta para la comunidad educativa de la Universidad Católica y del resto de centros de educación superior.
En la entrada principal, el visitante tiene que registrarse. Los alumnos de la misma universidad hacen pasar su carné por un lector electrónico. Los que llegan de otros planteles, deben entregar su cédula y, adicionalmente, otro documento de identidad. Roberto Meza es alumno de la Politécnica Salesiana y se sorprendió al ver cómo los jóvenes han hecho de la biblioteca un destino para hacer tareas, estudiar y pasar el tiempo libre, de manera individual o en grupos.
Oswaldo Orbe es director de la biblioteca desde hace 30 años. Viajó por diferentes países del mundo viendo modelos y diseños, hasta que logró ensamblar uno que se ajustó a su concepto de biblioteca: “Un lugar activo y no pasivo, para que no se lo condene a ser bodega”.
En el primer piso también hay accesos para las personas con discapacidad y un letrero grande con señalización útil para que el usuario pueda movilizarse. En una pantalla se difunde información como las reglas para el ingreso.